Renacen caravanas de migrantes

Editado por Maite González Martínez
2019-01-22 08:55:29

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Imagen ilustrativa. (Foto/archivo)

Por: Guillermo Alvarado

Cuando parecía que el fenómeno de las caravanas de migrantes centroamericanos con rumbo hacia el norte comenzaba a diluirse, luego de chocar con el embudo que representa la ciudad de Tijuana y la feroz negativa de las autoridades estadounidenses de brindar una solución a sus demandas, de pronto las oleadas humanas comenzaron de nuevo con gran fuerza.

En los últimos días casi cinco mil personas se agolparon en la frontera entre Guatemala y México, donde se hace un esfuerzo por organizar el caos, identificar a cada uno y darles una visa humanitaria que les permita cruzar ese país.

Pero el flujo no se detiene y este fin de semana cientos de hondureños y salvadoreños comenzaron a penetrar en territorio de Guatemala, donde varios grupos se les unieron en una larga marcha que representa la desesperación de los olvidados, de los desamparados habituales, las víctimas de una violencia que no conoce límites, de los que prefieren el riesgo de una travesía incierta, a la certidumbre de una vida sin destino.

No se trata de aventureros irresponsables, sino de seres humanos empujados a golpe de pobreza, abandonados por gobiernos incapaces de brindarles escuela, salud y alimentos a sus hijos, trabajo para los padres, seguridad para sus hogares.

La mayoría, lamentablemente, no conseguirá su objetivo, como ocurrió con la primera gran marea que comenzó a mediados de octubre y sorprendió a todos por las características inusuales de su travesía.

La migración centroamericana hacia Estados Unidos está ligada a los conflictos armados que azotaron esa región desde los años 70 y 80 del siglo pasado. Fue durante mucho tiempo un flujo invisible, un esfuerzo casi individual pero indetenible.

En los 90 se hicieron notar cuando comenzaron a viajar a lomos de “la bestia”, como se llamó al ferrocarril que atraviesa México desde el sureste hasta el norte.

Como indica el periodista Jorge Durand, al volverse visibles, también se hicieron vulnerables y resultaron blanco de organizaciones criminales dedicadas a la trata de personas con fines de explotación sexual o laboral, así como de funcionarios y policías corruptos que los extorsionaban.

Para 2014, según estadísticas de la organización Pew Hispanic Center, citadas por Durand, llegaban a Estados Unidos unos 114 mil migrantes centroamericanos, es decir entre 10 y 15 mil mensuales, y una tercera parte de ellos eran menores de edad.

Lo novedoso ahora, entonces, no es la cifra, sino el modo. Viajan en masa y exigen atención de gobiernos y medios de comunicación, demandan en voz alta su derecho a buscar una vida mejor, denuncian las razones que los movilizaron y los peligros que corren en su trayecto.

No son, como gusta de decir el presidente Donald Trump, delincuentes, narcotraficantes, violadores o asesinos.

Lo que asusta al sistema no es su calidad de migrantes, lo que le atemoriza es que por primera vez en décadas van unidos, muchos en familia, y es bien sabido que cuando se va en grupo cerrado, lo primero que se pierde siempre es el miedo.



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