El infame papel de la OEA

Editado por Lorena Viñas Rodríguez
2019-11-15 08:32:00

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Foto: Sputniknews.

Por: Guillermo Alvarado

Sería realmente de una gran ingenuidad pensar que en algún momento la Organización de Estados Americanos, OEA, pudiese tener una mirada y un papel objetivo sobre cualquier acontecimiento que ocurra en la región, porque no fue creada para eso, sino para defender los intereses de su promotor, Estados Unidos.

Este organismo nació en 1948, en el umbral de la guerra fría, como una versión entonces modernizada de la Doctrina Monroe y la cristalización de la teoría del destino manifiesto, esa que le da al imperio norteño el poder, supuestamente otorgado por dios, para apoderarse y decidir por todo el continente.

La OEA fue diseñada como un instrumento de domesticación, penetración y castigo para mantener a todos los gobiernos de América Latina y El Caribe dentro del redil construido por Washington y así lo demostró desde el primer momento.

Cuando Estados Unidos asesinó la primavera democrática de Guatemala en 1954, acusando de comunista al presidente Jacobo Árbenz por el “crimen” de construir escuelas y hospitales, crear el sistema de seguridad social para los trabajadores, proclamar el primer código laboral en la historia de ese país y decretar una tímida reforma agraria, la OEA aplaudió el “retorno a la democracia”.

Entre 1960 y 1996, mientras el ejército guatemalteco asesinó a más de 200 mil civiles, desapareció a otros 50 mil, borró del mapa a más de 400 aldeas, con todo y sus habitantes, esa entidad jamás emitió una condena o crítica, porque todo se hacía “en nombre de la democracia”.

La OEA no abrió la boca ante la invasión mercenaria contra Cuba por Playa Girón en 1961 y al año siguiente la expulsó de su seno, por las mismas razones que aprobó el martirio de Guatemala.

En 1965 impulsó la ocupación del ejército estadounidense contra República Dominicana y volvió a cerrar la boca durante la guerra de Las Malvinas, en que una potencia extracontinental, el Reino Unido, atacó a la Argentina, con la complacencia de Washington, que se pudo del lado de los agresores.

Cuando el golpe de Estado en Granada y el posterior asesinato del presidente Maurice Bishop, seguidos por el desembarco de tropas yanquis, tampoco la OEA dijo nada y su mutismo se extendió hacia la transnacional del crimen, la Operación Cóndor, concebida, organizada y financiada desde Washington.

Sorda, ciega y muda se mantuvo durante la brutal represión contra civiles desarmados en Ecuador y Chile, buenos aliados de la Casa Blanca y por lo tanto, según parece, con patente de corso para hacer lo que les venga en gana contra su pueblo.

¿Cómo pensar, entonces, que la OEA podría ser un árbitro objetivo e imparcial en la auditoría a los comicios de Bolivia del 20 de octubre? Los hechos demostraron que antes, durante y después del golpe de Estado contra Evo Morales, esa infame entidad siempre estuvo del lado de los golpistas.

No en balde en su reflexión del 14 de abril de 2009, el líder histórico de la Revolución Cubana, el Comandante Fidel Castro, afirmó que “La OEA tiene una historia que recoge toda la basura de 60 años de traición a los pueblos de América Latina”.



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