Por: Guillermo Alvarado

Organizaciones internacionales y especialistas en la materia están sacando cuentas sobre los daños que la pandemia de Covid-19 está causando a la economía mundial, con el acuerdo unánime de que serán cuantiosos y dejarán una profunda huella, sobre todo en desempleo y pobreza.

Un estudio publicado por la ONU estima que la economía en todo el planeta se contraerá como promedio 3,2 por ciento en 2020, la caída más profunda desde la gran depresión ocurrida en los años 30 del siglo pasado.

En la zona euro, formada por los países europeos acogidos a la moneda común, la pérdida será de 5,8 puntos; en Reino Unido de 5,4; Estados Unidos perderá 4,8 puntos, y Japón 4,2.

Para América Latina los datos son aterradores, con una caída del Producto Interno Bruto de 5,4 por ciento en su conjunto.

Más allá de las frías cifras, esto significa en la práctica la pérdida de decenas de millones de empleos, lo que generará profunda incertidumbre en los hogares más pobres, que verán desaparecer los medios de satisfacer las necesidades más acuciantes, como alimentación, vivienda y estudios.

La ONU calculó que debido a la crisis sanitaria y las medidas indispensables para contenerla, unos 34,3 millones de seres humanos engrosarán las cifras de la pobreza. Las ganancias generadas en los últimos cuatro años desaparecerán, lo que significa un retroceso impactante en las condiciones de vida.

En este panorama hubo países, como Chile, que apostaron por privilegiar la economía por encima de la salud aplicando mecanismos muy flexibles de aislamiento para mantener abiertas las empresas.

Como resultado, a partir de este viernes la capital chilena y varios municipios aledaños quedarán en estricta cuarentena debido al drástico incremento de los contagios y las muertes por el nuevo coronavirus.

Otros están empeñando su futuro al contratar préstamos con el Fondo Monetario Internacional, con leoninas condiciones de corte neoliberal para cuando termine la emergencia.

La situación está dejando claras algunas lecciones. Una de ellas es que la impaciencia de los ricos para proteger sus fortunas es mala consejera.

Otra enseña que, salvo contadas excepciones, los sistemas de salud y protección social volaron por los aires por su fragilidad estructural.

La pandemia puso en evidencia las profundas desigualdades e injusticias que durante años se gestaron en la región y lo insostenible de un modelo donde los beneficios van a parar a las arcas de unos pocos, mientras la mayoría sobrevive apenas con lo elemental.