Buscadores de oro se refugian en minería ilegal

Editado por Maite González Martínez
2020-12-25 06:28:30

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Imagen tomada de El Universo.

Por: Roberto Morejón

En un año de cruda pandemia e incertidumbre económica, los inversionistas en el mundo acudieron a valores de refugio como el dólar estadounidense, el yen japonés y el oro, este último apoyado en la minería ilegal.

Tras una fuerte subida al inicio de 2020, el precio del oro decayó posteriormente, pero mantuvo su rango, de ahí la intensa búsqueda en los yacimientos tradicionales y promisorios.

La minería a pequeña escala está en su apogeo con la apertura de nuevas refinerías en muchas latitudes, para elaborar el metal emanado de forma ilegítima de África y otras partes.

Como es usual, a esa tendencia se unen el contrabando, la rivalidad de grupos y el financiamiento de conflictos.

Gobiernos de países productores de oro denunciaron la extracción ilícita de sus territorios del metal precioso por bandas y el crimen organizado, con un pesado impacto en seres humanos, contratados por bajos salarios, y daños al medio ambiente.

Desde la India hasta Afganistán pasando por Camerún, los niños también trabajan en los filones de oro para contribuir con el sustento familiar.

Por ese conducto abandonan escuelas, ignoran juegos saludables y ponen en riesgo su salud, y hasta la vida.

En América Latina más de nueve millones de personas dependen de la actividad minera artesanal y una parte importante de ellas son mujeres y lamentablemente representantes de las nuevas generaciones.

Según la Organización Internacional del Trabajo, al menos un millón de niños de entre 5 y 17 años están ocupados en minas de oro de todo el mundo.

Ellos son objeto de la tristemente célebre modalidad de la explotación infantil.

Sus víctimas, según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia , llegan a 152 millones, fruto de guerras, desastres naturales y la desigualdad ancestral.

 La explotación específica de los de menos edad en las familias mineras implica tolerar las severidades de la vida en zonas desérticas, a grandes altitudes o en selvas.

 La exposición anticipada a tales percances perturba a los infantes a causa de la fragilidad de su organismo, mayores requerimientos, menor resistencia e inseguridad psicológica.

 Es cierto que el nuevo coronavirus colapsó el comercio mundial y las economías se desplomaron, pero la perplejidad por esa razón y el afán de lucro a cualquier costo NO justifican el negocio turbio y menos el denigrante trabajo infantil. FIN



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