Raíz de la Medicina nuestra

Editado por Lorena Viñas Rodríguez
2020-03-31 09:02:37

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En la fundación de aquellos médicos rurales, nacidos con la Revolución. Foto: Liborio Noval

La Habana, 31 mar (RHC) Cura es un apellido poco común, mucho menos común que el nombre de Felipe.

Entre los más de 95 000 médicos activos que hoy tiene Cuba, unos cuantos deben llamarse Felipe, y tal vez algunos pocos, contados, podrían tener aquel apellido, Cura.

Sin embargo, desde el lejano 2 de marzo de 1960, cuando por idea del Comandante en Jefe Fidel Castro, un grupo de jóvenes recién graduados como médicos marcharon a las montañas orientales para ofrecer sus servicios profesionales, la voluntad que animó al «bisoño doctor» Felipe Cura sí empezó a echar raíces ese día, y a multiplicarse, año tras año, en cada nueva promoción, en cada galeno nuevo que salía, de las aulas académicas, a los campos intrincados de la Isla.

Si algo tiene bien escrito en sus memorias la Revolución, son los hitos que marcaron la ruptura temprana de la sociedad en gestación con el individualismo mercantil del capitalismo derrotado, y entre esos parteaguas, la guerra por la alfabetización y el acceso gratuito a la salud no solo abrieron el camino a beneficios masivos hasta entonces quiméricos, sino que iniciaron la formación de una ética nacional en la conducta del hombre por el hombre, antes que todo.

Aquel marzo de 1960, partió a los más intrincados parajes de la Cuba profunda el primer contingente de médicos rurales, integrado por 286 recién graduados, más personal auxiliar. El jovencísimo doctor Felipe Cura se contaba entre aquellos que, al dar el paso firme, empezaron a transformar la Medicina nuestra como un acto supremo de conciencia y humanidad.

Comenzaba un inédito y revolucionario Plan de Sanidad Rural y Medicina Preventiva, que se afianzó al entrar en vigor la ley que creó el Servicio Médico Social del Postgraduado.

Reseñado por el entonces periódico Revolución, Felipe Cura se instaló en El Paraíso, allá por Mayarí Arriba, y de sus episodios en aquellas serranías destaca la madrugada en que salvó, en un parto largo, a una madre y a su bebé de una muerte por eclampsia.

Nueve años después volvió por la comarca, y allí encontró el fruto saludable de su asistencia. Abrazó a los padres, felices del reencuentro, y encontró al niño, gozoso, doblado sobre el cuaderno de una lección, en el segundo grado de la escuelita rural.

Para quienes lo dudan y cuestionan todavía, atreviéndose incluso a la injuria contra la profundidad humana de la Medicina nuestra, justo allí, en la fundación de aquellos hombres, está la raíz ética que ahora es principio y conciencia.

Cuántos Felipes habrá, de esos que ahorita sanaron en las sierras, y que hoy, ante esta amenaza grande e invisible, se baten por la vida de los otros poniendo en riesgo la suya; de esos de bata blanca que no indagan, del paciente, ni la clase social, ni la cuenta bancaria, y solo se dedican a salvar, venga aquel de la Ciénaga o de Francia, sea en un hospital de Holguín, o en una carpa de emergencia en Lombardía. (Fuente: Granma)



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