Isabela de Sagua cuna de leyendas marineras

Editado por Lorena Viñas Rodríguez
2020-09-23 09:35:43

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Foto: Archivo/RHC.

Por: Luz María Martínez Zelada

Villa Clara, 23 sep (RHC) Junto al encanto de pequeño poblado costero, arrullado por la brisa marina, subyuga el orgullo que sienten los pobladores de Isabela de Sagua por su origen, entre “los mejores ostiones de Cuba” y curiosas leyendas tejidas en la soledad del pescador y una abundante cayería cercana.

Pedazo de tierra en forma de península, en su mayoría robada al mar en la margen oeste de la desembocadura del río Sagua la Grande, de la provincia de Villa Clara, resulta tristemente célebre por el asedio, una y otra vez de los huracanes, comunidad obligada a renacer de sus cenizas.

En las cercanías del litoral existe un grupo de cayos de abundantes canales y una cubierta vegetal compuesta mayormente por mangle rojo, a lo que contribuyen los aportes de la vía fluvial, que propician el desarrollo de bancos naturales.

Los ostiones, emparentados con las ostras, son aprovechados como alimento por su alto valor nutritivo ya que contienen vitaminas A, B, C y D; compuestos glicerofosfóricos, cloruros, carbohidratos y proteínas en cantidades adecuadas, cualidades a la que se añade su fácil digestión.

Las condiciones de la naturaleza en las cuales se desarrollan estos moluscos contribuyen a su elevada calidad, atributo de orgullo, enraizado en la identidad de los oriundos de tales predios.

De una generación a otra se trasladan curiosas historias convertidas en leyendas como la de Juan el Muerto, que refiere el paso de un ciclón en 1888, fenómeno natural que con fiereza arrasó un  caserío llamado Casa Blanca y causó la muerte de sus habitantes, entre quienes solo se salvó un niño de ocho años.

Dice la tradición oral que el pequeño fue amparado por una bella mujer vestida con un largo velo y que los lugareños la asociaron a la virgen del Carmen, patrona católica de la localidad.

Otra leyenda, muy conocida, corresponde a cayo La Vela, situado al este del poblado y del cual aseguran que sirvió de abrigo a corsarios  y piratas, quienes escondían allí el botín después de sus fechorías-cofres llenos de joyas y lingotes de oro-, para después regresar a recogerlo.

En la época en que existía el conocido pillaje marino, los pobladores de la localidad sentían muchos temores de acercarse al cayo y los más osados, que se aventuraban a aproximarse, regresaban temerosos y contaban que allí se oían voces, lamentos y ruidos de pesadas cadenas.

Con el paso del tiempo, en algunos la curiosidad pudo más que el recelo y llegaban a La Vela, tras el tesoro. A su regreso contaban que el cayo estaba lleno de hoyos de otros buscadores, pero de las joyas y el oro, nada. (Fuente: ACN)



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