El absurdo bombardeo de la abadía de Montecasino

Editado por Maria Calvo
2020-10-11 18:08:55

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por Frank González

Sobre la cima de una colina donde existió un templo dedicado al dios Apolo en la antigua ciudad romana de Casinum, descansa la abadía benedictina de Montecasino, arrasada por un bombardeo aliado en la II Guerra Mundial.

A esa joya del patrimonio cultural italiano reconstruida en su lugar original, a 516 metros sobre el nivel del nivel del mar, se llega desde la ciudad de Casino a través de una carretera estrecha y zigzagueante de unos nueve kilómetros de longitud.

Desde la imponente estructura de 20 mil metros cuadrados de superficie, con 23 obras arquitectónicas, se domina el valle del Liri atravesado por el río homónimo en la provincia de Frosinone, al sur de la región Lacio.

Allí el sacerdote devenido santo Benito de Nursia fundó en el año 529 una comunidad cristiana autárquica dedicada a la contemplación, con la cual inició la primera experiencia de vida monástica en occidente.

El clérigo, proclamado por el Papa Pablo VI en 1964 uno de los seis santos patronos de Europa, fue autor de un reglamento para la vida en común de los monjes, cuya esencia fue sintetizada siglos después en el lema 'Ora y Labora', el cual simboliza la fusión entre la adoración a Dios y el trabajo manual diario.

La antigua entrada PAX y la torre romana, donde vivió San Benito, constituyen el umbral de la edificación con cuatro claustros, el apartamento papal y el del abate, las celdas o habitaciones de los monjes, la biblioteca, el museo y la iglesia, restaurada según el diseño de la construida entre los siglos XVII y XVIII.

Los restos de Benito y su hermana, también santa, Escolástica, yacen en la cripta debajo del altar mayor de la basílica, en la cual resaltan también las puertas de bronce de la entrada, pinturas, pisos y paredes de mármol, techos abovedados con frescos, el área del coro, el tabernáculo de Nicola Salvi y la tumba de Piero de Medici.

Saqueada por los longobardos en el 580 y los sarracenos en el 883, la abadía fue destruida por un terremoto en 1349 y reducida a escombros el 15 de febrero de 1944 por un bombardeo de la aviación anglo-estadounidense en la errónea creencia de que allí radicaba un puesto alemán de observación artillera.

La batalla de Montecasino

Por su ubicación geográfica, la colina sobre la cual está la abadía y los territorios aledaños fueron el escenario de enfrentamientos entre las tropas alemanas de ocupación y las aliadas que avanzaban desde el sur en camino hacia Roma.

Para tratar de contener la ofensiva aliada, las fuerzas germanas construyeron en octubre de 1943 la denominada 'Línea Gustav', un poderoso sistema de fortificaciones el cual dividió en dos la península italiana en su tramo más estrecho, desde el mar Tirreno hasta el Adriático.

Al norte quedó la llamada República Social Italiana, encabezada por el dictador fascista Benito Mussolini, instalado con su gobierno en Saló, localidad ubicada a orillas del lago Garda, en la región de Lombardía, mientras en el sur se encontraban las tropas aliadas.

Entre enero y mayo de 1944 se produjeron encarnizados combates con decenas de miles de bajas por ambas partes y, ante la imposibilidad de romper las defensas alemanas, ganó terreno entre los aliados la idea de bombardear la abadía por considerarla una posición militar enemiga.

Investigaciones posteriores comprobaron, por el contrario, la inexistencia de presencia castrense en aquel lugar sobre lo cual los alemanes informaron previamente tanto a los aliados como al Vaticano.

Numerosas fuentes aseguran que en el monasterio estaban sólo un uniformado germano quien cumplía funciones de custodio, el abate, algunos monjes y unos 800 refugiados, algunos de ellos muertos bajo los escombros y otros por el fuego aliado al ser confundidos con soldados alemanes cuando trataban de escapar.

Al abandonar los restos de la abadía junto con sacerdotes y refugiados sobrevivientes, el abate, Gregorio Diamare, fue categórico al expresar: 'En nombre de nuestro Señor Jesucristo declaro que nunca hubo soldados alemanes en el interior de los muros del monasterio'.

Desde las 09:28 hasta las 13:33, hora local, del 15 de febrero de 1944 más de 250 bombarderos de la aviación aliada descargaron 453 toneladas de bombas sobre la abadía, mientras la artillería apoyaba la operación con su fuego desde tierra, según la descripción de ttps://warfarehistorynetwork.com.

Abundantes fueron los pronunciamientos contra la destrucción del monasterio como señala el arqueólogo e historiador Herbert Bloch en su libro 'El Bombardeo de la Abadía de Monte Casino' (1976), al recordar lo expresado por Gaetano de Sanctis, presidente de la Pontificia Academia Romana de Arqueología.

En una reunión de esa institución días después del ataque, de Sanctis dijo que 'permanecer en silencio ante tan horrible manifestación de furia, de guerra…equivaldría a ser culpables por indiferencia, o peor, de aquiescente cobardía, no sólo a los ojos de nuestros contemporáneos, sino también a los ojos de las futuras generaciones'.

No es nuestra tarea establecer la responsabilidad específica por tales ruinas masivas, pero esto debe ser dicho: haberlas causado perdurará por siempre como una vergüenza para nuestra época y nuestra civilización, apuntó.

Años más tarde, el historiador del ejército de Estados Unidos, citado por Bloch, aseguró que en última instancia 'nadie ha sabido a ciencia cierta cuál era el objetivo del bombardeo, más allá de arrasar la abadía' y añadió que el demoledor ataque aéreo 'no logró nada más que destrucción, indignación, tristeza y lamento'.

Esos sentimientos afloraron en la homilía pronunciada el 24 de octubre de 1964 por el entonces papa Pablo VI en la consagración de la basílica reconstruida del monasterio, cuando afirmó que por su trabajo junto a su antecesor Pío XII sabía cuánto hizo la Santa Sede para evitar 'el grave ultraje de su destrucción'.

Esa voz suplicante y soberana, vencedora indefensa de la fe y la civilización, no fue escuchada, indicó el sumo pontífice y añadió que así se consumó uno de los episodios más tristes de la guerra.

Tras puntualizar que 'no queremos ahora ser jueces de quienes lo provocaron', Pablo VI lamentó 'que hombres civilizados se hayan atrevido a convertir la tumba de San Benito en blanco de una violencia despiadada'.

Ninguno de los jefes que participaron en la decisión y ejecución del bombardeo reconoció el error, excepto el general jefe del quinto ejército aliado, Mark Clark, quien confesó dio la orden presionado por las circunstancias y en especial por su superior, el general británico Harold Alexander.

'Digo ahora que existen irrefutables evidencias de que ningún soldado alemán, excepto emisarios, estuvieron alguna vez en el monasterio' expresó, según Bloch, el general en sus memorias, en las cuales afirmó que el bombardeo no fue sólo un error sicológico innecesario, sino también otro militar de primera magnitud.

'Sólo hizo nuestra tarea más difícil, más costosa en términos de hombres, máquinas y tiempo', indicó Clark, afirmación avalada por el hecho de que las fuerzas aliadas necesitaron otros tres meses para quebrar definitivamente la 'Línea Gustav'.(Tomado de PL)



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