
Fotos: Arelys García
Por: Arelys García Acosta*
“Si me dicen que escriba sobre Francia yo digo que no. Yo escribo solo sobre Sancti Spíritus”. Las palabras de la historiadora María Antonieta Jiménez Margolles, Ñeñeca, llevan la pasión por la ciudad que habita en ella y en cada espirituano.
Las piedras entretejidas en las calles, las aldabas con sus sonidos de antaño, las rejas coloniales, las tejas rojizas horneadas con sudor esclavo; cada elemento arquitectónico de esta villa, fundada hace 511 años, merece reverencia, la reverencia que le regalan sus hijos.
La arquitectura, dicho por expertos “es el documento más sincero de la vida”; por ello, cuando se salva un bien patrimonial, la ciudad late y agradece. Vale la pena entonces ver amanecer a Sancti Spíritus, escuchar los tañidos de las campanas de la Iglesia Parroquial Mayor que por siglos han acompañado a los feligreses, en las alegrías y los dolores. ¿Y su reloj? Su reloj continúa pariendo latidos.
A los pies de su torre campanario, la cuarta villa cubana construye su memoria, donde habitan los trovadores y sus guitarras rasgando serenatas en las madrugadas, donde habitan las rumbas y pasacalles, las tonadas y el punto que nos hace más espirituanos.
A los pies de su torre campanario, también, el puente sobre el río Yayabo; el puente que hizo el milagro de unir el centro con el sur de la villa; villa nacida en Pueblo Viejo, al este de la ciudad el 4 de junio de 1514; villa que despierta al son de su gente noble y sana.
*corresponsal de Radio Habana Cuba en Sancti Spíritus