Por: Martha Gómez Ferrals
Sus vidas fueron cortas, al parecer anodinas, pero pletóricas. Nadie habría calculado al verlas, su intensidad. De ellas emanaba decoro y laboriosidad.
Las hermanas Lourdes y Cristina Giralt, ultimadas por sicarios de la tiranía batistiana el 15 de junio de 1958, murieron en plena juventud de una manera inesperada y monstruosa.
Su muerte estremeció a la nación y conste que crímenes de esa índole cada vez eran más frecuentes, perpetrados en pueblos y ciudades del territorio nacional por las fuerzas represivas del régimen contra sus oponentes o sospechosos de serlo.
En efecto, las dos hermanas fueron integrantes de la Resistencia Cívica del Movimiento 26 de Julio. Se dedicaban a la venta de bonos para recaudar fondos, a tareas de propaganda y al trasiego de armas que se usarían en acciones revolucionarias y en el combate rebelde contra el tirano Fulgencio Batista.
La desesperación del dictador y su aparato represivo se potenciaba en asesinatos horrendos, secuestros y torturas, también porque en ese verano comenzaba a afianzarse y consolidarse la lucha armada del Ejército Rebelde, iniciada en diciembre de 1956 en las montañas de la Sierra Maestra.
La ofensiva final dirigida por el Comandante en Jefe Fidel Castro, conducente a la victoria, resultaba una realidad y regaba su influencia como un polvorín en toda la nación.
Pero su contribución a la lucha no fue la razón del vil hecho de sangre. Investigaciones aportadas esclarecieron que los sicarios acudieron al edificio donde vivían en busca de los integrantes del Movimiento 13 de Marzo, Eduardo García Lavandero, Faure Chomón y Enrique Rodríguez Loeches. Ellos se alojaban en un apartamento contiguo al del de Lourdes y Cristina, sin ellas saberlo y sin tener relación.
Los vecinos temporales, que provenían de El Escambray, participaron el 13 de junio del propio 58 en un atentado contra el entonces ministro de Gobernación Santiago Rey Pernas, quien resultó ileso.
Una intensa cacería desató la policía, bajo las órdenes del afamado asesino Esteban Ventura Novo.
Después de varias detenciones e interrogatorios bajo tortura, Ventura ubicó la dirección donde pernoctaban los clandestinos. No sabía que estos habían decidido no regresar más a aquel apartamento.
Los sicarios se parapetaron en el edificio de la calle 19 y 24, en El Vedado, donde coincidentemente residían las hermanas Giralt y los perseguidos.
El domingo 15 de junio, Día de los Padres, las dos jóvenes regresaban en la noche de un viaje a Cienfuegos, su ciudad natal, donde habían disfrutado parte de la jornada con sus familiares.
Los esbirros aguardaban en la oscura escalera que desembocaba al pasillo por donde debían aparecer Lavandero y sus compañeros, a quienes esperaban.
Cuentan que comenzaba una tormenta de verano cuando las muchachas llegaron al inmueble y una advertencia sobre la presencia policial, emitida por un vecino de enfrente, se perdió en el viento o por un golpe de lluvia, quizás.
Ellas entraron desprevenidas y con semblante alegre. Entonces fueron acribilladas. Los sicarios desahogaron su rabia con los cuerpos inertes, dándole puntapiés, cuando comprobaron la equivocación, según testimonios.
María de Lourdes, también apodada cariñosamente Maruca, solo tenía 22 años. Era alegre, extrovertida, amante del baile y los paseos.
Su hermana Cristina, de 28, era de pocas palabras y muy discreta. Prefería la vida hogareña, jugar a las cartas por la noche en vez de ir a fiestas. Ambas trabajaban en las oficinas de la Concretera Nacional, S.A.
Dos personalidades diferentes, pero no opuestas. Hermanas de sangre e ideales, entregaron sus vidas demasiado temprano, es cierto, pero por la causa que eligieron.
(Tomado de Agencia Cubana de Noticias)