Gmail se ha consolidado como mucho más que un servicio de correo electrónico. Para millones de personas representa una identidad digital que se mantiene durante años e incluso décadas.
En muchos casos, la elección de una dirección ocurre con prisa y sin demasiada reflexión, lo que provoca que esa decisión acompañe al usuario en el trabajo, en trámites oficiales y en buena parte de su vida en línea.
Durante mucho tiempo, una de las limitaciones más frustrantes del servicio consistió en la imposibilidad de modificar el nombre de usuario una vez creado.
Google mantuvo una postura firme en este aspecto. Una cuenta de Gmail podía contar con alias, variantes con puntos, direcciones adicionales asociadas o configuraciones complementarias, pero el nombre principal, ese identificador con @gmail.com, no admitía cambios.
La única alternativa consistía en crear una cuenta nueva y comenzar desde cero, algo poco realista cuando la dirección ya estaba vinculada a decenas de servicios, contactos y años de historial acumulado.
