«Aquí no hace falta corregidor, porque no hay nada que corregir». Con estas palabras recibía José Arcadio Buendía a Apolinar Moscote y se negaba a dejarlo plantar oficina en Macondo. En el imaginario literario de Gabriel García Márquez y su obra cumbre, Cien años de soledad, la estirpe de los Buendía libró batallas eternas contra fuerzas conservadoras oscuras.
El coronel Aureliano Buendía, segundogénito de José Arcadio y devenido personaje central de la obra, se enfrentó a un gobierno central lejano y frío, librando guerras contra él durante toda su vida. Nunca se rindió. El presidente colombiano Gustavo Petro parece haber asumido el rol del último Buendía. Arrastra desde sus años de militancia en el M-19 el distintivo sobrenombre de «Aureliano». Lo recuerda de vez en cuando públicamente y ejerce con orgullo esa responsabilidad con la historia de su país.
Petro siente que se enfrenta a un poder igualmente lejano: la administración de Donald Trump y su secretario de Estado, Marco Rubio. Nos consta que trató de actuar pragmáticamente al inicio, pero pronto se percató de que bajar la cabeza era la única solución. Desde entonces, el cultivado presidente de Colombia, que en una de sus principales acciones públicas después de asumir la presidencia levantó la espada del Libertador Simón Bolívar, ha dejado claro en su enfrentamiento con el dúo Trump-Rubio que no secundará el creciente entreguismo de derecha en la región.
El último capítulo del enfrentamiento ha generado una ruptura entre los dos gobiernos. El presidente colombiano ha llegado hasta el estrado de las Naciones Unidas para cantarle las cuarenta en la cara de Trump, le ha dicho entre otras cosas que no es necesario ir a matar narcotraficantes a Sudamérica cuando los tiene residiendo cerca de su casa en Florida y Nueva York.
Petro ha estado entre los líderes latinoamericanos más firmes en su lucha contra el genocidio en Gaza, lo que no solo ha incluido críticas verbales, sino que ha tomado medidas reales de presión contra Israel, a partir de la relación privilegiada que siempre tuvo la derecha —antes y después de Uribe— con el Estado sionista. Ha participado en un rally pro palestino en Manhattan y ha comprometido la participación de colombianos en la liberación del grillete de Israel. Marco Rubio ha aprovechado la oportunidad para retirarle su visa, pero Petro, desafiante, ha pedido que las Naciones Unidas muevan su sede a un lugar más neutral y ha propuesto Qatar.
Todo ello ocurre en un momento en el que Estados Unidos intenta escalar sus acciones contra el vecino Venezuela. ¿Cuánto afectan a Washington las posiciones de Petro en medio de una campaña contra Maduro? Solo el tiempo lo dirá, pero no es un evento bien recibido en el norte.
Petro ha decidido quemar las naves en su relación bilateral con Estados Unidos. No olvidemos que Colombia ha sido el principal aliado político y militar de Washington en la región hasta hoy, y que en un momento determinado fue considerado aliado principal extra-OTAN en Latinoamérica.
Cuánto ayudará esta postura suya a una probable reelección de las fuerzas de izquierda dentro de su país… probablemente muy poco. Las elecciones colombianas, previstas para el año 2026, habitualmente se deciden por temas internos y no por querellas internacionales. Aún así, la derecha colombiana intentará capitalizar el conflicto con Estados Unidos para pintar un panorama futuro negro para el país, de volver a elegir las opciones más a la izquierda.
Algunos de sus más cercanos colaboradores ya abandonaron a Petro o están pensando en hacerlo. La derecha uribista colombiana blande su sable en espera de una nueva oportunidad. Petro no retrocederá, como buen heredero de los Buendía, hasta el final; aunque para él el futuro político sea terminar solo y amarrado, como José Arcadio, a la sombra del castaño.
(Guillermo Suárez Borges, Investigador del Centro de Investigaciones de Política Internacional -CIPI-)