Era de carne y hueso, millones sobre esta tierra y en el mundo pudieron estar ante su presencia, otros atesoran celosamente el privilegio de haber tocado sus manos, sus inmensas manos, inomortalizado en fotos y relatos, en la historia por la cual fue absuelto y en los corazones, a Fidel no le hacen falta bustos ni grandes monumentos, su fe en las causas justas mantienen vivo su legado para todos los tiempos.
Fidel tenía el don de tocar vidas, de entrar en ellas e impactar con un gesto, que no moría con la mirada penetrante y las palabras precisas, sino que venía arropado por acciones desencadenantes. «Si Fidel se entera», «si Fidel te lo prometió, lo cumple», «ahorita aparece Fidel», «qué dirá Fidel».
La mayoría en esta isla creció creyendo que Fidel tenía súper poderes, que podía estar en varios lugares a la vez, que no existía tema que escapara de su sabiduría, que su fuerza e inteligencia protegían a Cuba. Y así fue, luego nos hicimos hombres y mujeres, viéndolo aparecer cuando más el pueblo lo necesitaba.
Nuestras almas están marcadas por las huellas de vivir el tiempo de Fidel, del jefe exigente y justo; persistente en sus preguntas, pero reflexivo, sensible, preocupado por los grandes y pequeños detalles; el estratega optimista que calculaba cada paso, incluso con la capacidad de vislumbrar la victoria.
Fidel de carne y hueso, sin grandes monumentos ni avenidas que lo nombren, está de pie y lleva estrellas y laureles en los hombros sobre los que vienen a posarse las palomas.
Está en la primera línea de combate del camposanto santiaguero, en Santa Ifigenia lo acompaña Martí, Céspedes, Mariana. Sin más lujo que los helechos de las montañas.
Ha transcurrido casi una década del estremecedor acontecimiento y cinco letras esculpidas en bronce convidan a este pueblo a no rendirse jamás.
