El gobierno de Estados Unidos, encabezado por el imaginativo presidente Donald Trump, declaró como organización terrorista internacional al denominado “cartel de los soles”, supuestamente integrado por altos oficiales venezolanos y dirigido por el jefe de Estado, Nicolás Maduro.
Desde hace más de 30 años se viene hablando de la presunta existencia de este grupo, pero durante ese tiempo no se presentó absolutamente ninguna prueba de sus acciones, como no sean artículos de la prensa de derecha, afín a los intereses de Washington.
No está documentada ninguna acción del citado cartel, ni mucho menos que sus órdenes emanen directamente de lo más alto del gobierno bolivariano de Venezuela; mas, así y todo, ya está clasificado como grupo terrorista y puede ser pretexto de una agresión militar de inimaginables consecuencias.
Por otra parte, toda la evidencia práctica disponible demuestra que Estados Unidos no es para nada efectivo en la lucha contra el narcotráfico.
Un ejemplo claro de esto ocurrió durante el ataque, la invasión y ocupación durante dos décadas de Afganistán, uno de los principales productores de amapola, de donde sale la materia prima para el opio.
Cuando comenzaron las operaciones militares conjuntas de Estados Unidos y el Reino Unido, en el país centroasiático se cultivaban para ese fin 74 mil hectáreas. Quince años después de la ocupación, la extensión había subido hasta las 328 mil hectáreas, y esas cifras no son imaginarias.
Pero hay más: cuando llegaron los ejércitos occidentales, la resina del opio se secaba, recolectaba, empacaba y se enviaba fuera para convertirla en morfina o heroína y de allí pasar a los mercados subterráneos.
Ya en 2016, por lo menos la mitad del opio recolectado se transformaba dentro de un Afganistán ocupado militarmente. Las tropas invasoras, la mayor parte de ellas estadounidenses, evidentemente miraban hacia otro lado.
En 2017, Estados Unidos inició el operativo Tempestad de Acero con lo mejor de su tecnología, incluido el avión F-22, que cuesta 140 millones de dólares por unidad y una hora de vuelo sale en unos 35 mil dólares.
Más de 200 bombardeos de alta precisión fueron transmitidos en vivo, solo que, como descubrió el periodista David Mansfield, de la BBC, en lugar de arrasar campos de amapola y laboratorios, machacaron chozas de barro y edificios donde alguna vez se procesó opio, pero ya entonces estaban abandonados.
Por cierto, en noviembre de 2017, cuando ocurrió eso, el presidente de Estados Unidos era precisamente Donald Trump.
