La captura del presunto asesino de Charlie Kirk, un activista conservador y aliado muy cercano del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sorprendió a no pocos por las características del detenido, que nada tienen que ver con las imágenes vendidas por la propaganda republicana.
No se trata de ninguna manera de un inmigrante, esos a quienes Trump odia de manera visceral sin tomar en cuenta que el país que gobierna nació, creció y de alguna manera se hizo grande, por lo menos en riquezas, gracias a millones de personas nacidas en otras partes del mundo.
Ninguna duda cabe de que el discurso de odio del jefe de la Casa Blanca habría sido más fácil para él de tratarse de alguien que llegó “de afuera”, pero ese no es el caso. Tampoco se trata de un miembro de una minoría étnica, ni de un “izquierdista”, como llama el magnate a quienes piensan distinto.
Nada de eso, el supuesto tirador, identificado como Tyler Robinson, es un joven estadounidense de 22 años, blanco, de familia conservadora, toda ella republicana según la abuela y practicantes de la religión mormona, creada precisamente en Estados Unidos por el predicador Joseph Smith y muy seguida en el estado de Utah, donde residen desde hace años.
Si bien Tyler dijo no pertenecer a ningún partido político y tampoco votó en las últimas elecciones, según todo indica, no estaba justamente entre los “sospechosos habituales” que la administración Trump esperaba como responsables del ataque.
Le resultará complicado al presidente explicarle a la ciudadanía cómo un joven sin aparente filiación política resultó afectado por los discursos de odio que él mismo predica, alguien que pertenece a lo que define como “blancos, anglosajones y protestantes”, los habitantes “ideales” de la potencia norteña.
Hay otro punto en el que conviene reflexionar y es que el ahora detenido es sin duda una persona muy cercana al uso de armas de fuego. Testimonios de vecinos de la pequeña ciudad donde vive su familia señalan que el padre y los hijos gustaban de practicar la cacería.
Sin embargo, hacer un blanco perfecto en el cuello de una persona con un rifle a cierta distancia, aun dotado de mira telescópica, no es casualidad, no se trata de un tiro de suerte, y surge de pronto un vínculo en común entre supuesto ejecutor y la víctima, el gusto de ambos por las armas.
Por lo pronto, las diatribas del gobierno contra inmigrantes, minorías étnicas o miembros de partidos políticos ajenos al Republicano están neutralizadas y ellos mismos, si acaso son capaces, tienen mucho que reflexionar acerca de lo que efectivamente están sembrando en esa sociedad.