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Charlie Kirk: ¿Estados Unidos, enfermo de violencia?

por Guillermo Suárez Borges
Charlie Kirk

El 30 de abril de 2020, poco después de las 2 de la madrugada, un hombre se apostó frente a la sede diplomática cubana en Washington y descargó 32 proyectiles de su fusil automático. Dentro, se encontraban diez funcionarios diplomáticos cubanos.

El 10 de septiembre de 2025, mientras se dirigía a su audiencia en la Universidad del Valle de Utah (UVU), el activista político conservador Charlie Kirk fue asesinado de un disparo en el cuello.

Estos dos lamentables y trágicos hechos, sucedidos en lugares tan distantes y aislados, no pudieran ser relacionados en forma alguna, si no estuvieran precedidos ambos por la difusión de un discurso de odio entronizado hasta los tuétanos en la forma de comunicar y hacer política en Estados Unidos.

El movimiento Make America Great Again (MAGA), fundado por el ahora presidente Donald Trump en 2015, tiene como seña de identidad la promoción y normalización de una retórica extremista, polarizante y deliberadamente divisiva, ya arraigada en amplios sectores de la sociedad estadounidense.

A Trump y a sus colaboradores más cercanos los hemos visto proferir ofensas injustificables, colgar motes denigrantes, marginar sin recato a minorías y atacar a líderes y naciones, sin importarles las consecuencias.

El discurso de la actual administración contra Cuba es hijo del mismo odio que busca suprimir por la fuerza a los sectores más desfavorecidos dentro de Estados Unidos. Charlie Kirk fue un vocero activo de esa forma de comunicar; de ese lenguaje incendiario.

Nadie merece morir por lo que piensa o dice. Pero alimentar constantemente la violencia, solo puede cosechar violencia.

La muerte de Kirk esta acompañada de una ironía brutal. Murió por un arma vendida a un irresponsable, bajo un derecho que él defendió con fervor. Murió de la misma manera que hubiera podido morir cualquiera en la embajada de Cuba aquella noche. Con un arma adquirida probablemente de la misma manera.

El presidente Trump se ha ocupado personalmente del caso. Prometió la pena de muerte para el asesino, al tiempo que usa el incidente para arremeter contra organizaciones de izquierda, a las que acusa de ser responsables intelectuales del crimen.

Al más puro estilo trumpista, la maquinaria MAGA ha jurado vengar su muerte y castigar a quienes osen burlarse de su legado. ABC News anunció la suspensión del popular show de Jimmy Kimmel por sus comentarios sobre la muerte de Kirk. Empresarios conservadores han despedido y coaccionado a empleados que se negaron a lamentar su muerte.¿Hay algo más polarizante?

Tras la masacre en la escuela primaria Robb de Uvalde, Texas, en 2022, el debate sobre el control de armas llegó a su punto de ebullición. Frente al duelo colectivo, la voz de Kirk se alzó para oponerse ferozmente a cualquier reforma que restringiera el acceso a las armas. Responsabilizó a las fuerzas del orden y defendió que más «ciudadanos de bien» estuvieran armados hasta los dientes.

Según una reciente encuesta de Reuters/Ipsos, el 63% de los estadounidenses culpa al discurso político extremo del alarmante aumento de la violencia. El Pew Research Center reporta que el 45% de los republicanos posee un arma, frente a solo un 20% de los demócratas.

No es un problema simple. La posesión de armas y la violencia política acompañan a Estados Unidos desde su fundación. La Segunda Enmienda, defendida a ultranza por conservadores pero con apoyo bipartidista, consagra ese derecho.

En 2021, casi 50 mil personas murieron por armas de fuego. La mayoría reconoce que es un problema social grave, pero poderosos grupos de presión como la Asociación Nacional del Rifle (NRA) controlan los hilos del poder e impiden cualquier legislación restrictiva. Mientras tanto, el discurso de odio sigue sumando resentimientos y alimentando vendettas. Y la violencia, inevitablemente, se cobrará más vidas.

Estados Unidos está enfermo de violencia; está atrapado en un círculo vicioso que él mismo alimenta. Un ciclo donde el odio verbal y las balas se justifican y retroalimentan. Hasta que no se rompa ese vínculo tóxico entre palabras que incendian y armas que ejecutan, la tragedia seguirá escribiéndose con la misma sangre y las mismas excusas.

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