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Amargas lecciones

por Guillermo Alvarado
Thomas Jacobs Sanford

Medios de comunicación de muchos países del mundo publicaron las imágenes del devastador ataque contra una iglesia mormona en el estado norteamericano de Michigan, donde murieron al menos cinco personas, entre ellos el autor, y el templo quedó en ruinas debido a un incendio.

El jefe de la policía, William Renye, describió el hecho como un acto malvado, mientras la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer, aseguró tener roto el corazón por otro tiroteo masivo en un lugar que se supone debe representar unión.

Al coro de los lamentos se unió el presidente Donald Trump, siempre ávido de protagonismo, quien calificó el tiroteo de “horrendo” y afirmó que esa epidemia de violencia en el país debe cesar inmediatamente.

Ninguno de ellos mencionó que el ataque y destrucción de la capilla en McCandlish Road es uno más, luego de los ocurridos contra una iglesia católica en Minneapolis, una sinagoga en Pittsburgh y un templo sij.

Por supuesto que todo el mundo está de acuerdo en que la violencia armada en Estados Unidos debe terminar, porque eso salvaría entre 20 mil y 40 mil vidas cada año.

Lo que el presidente Trump, como ninguno de sus antecesores, hará nunca es terminar con la obtusa segunda enmienda de la Constitución, que dice: “Una milicia bien organizada es necesaria para la seguridad de un Estado libre; el derecho del pueblo a poseer y portar armas no se violará”.

Se trata de un texto escrito hace más de 200 años, cuando la realidad era totalmente diferente, pero cuyos seguidores defienden porque detrás está una de las industrias más poderosas del país, la de fabricación y venta de armas.

Esto ha dado lugar a aberraciones como que en ese país haya 120 armas por cada 100 habitantes, incluidos niños recién nacidos y ancianos, algo que no sucede en ninguna otra parte del mundo.

Es un fenómeno parecido al de las drogas, pues Trump, supuestamente, está librando una cruzada contra el narcotráfico, pero no hace nada para disminuir el enorme mercado de consumo, el mayor del planeta, que está dentro de su país, ni combate a las mafias estadounidenses que dirigen ese negocio.

¿Quieren terminar con la violencia armada? No tienen que hacer sino sacar las armas de las manos de la población, no es fácil, pero es la única solución.

Por cierto, el tirador contra la iglesia mormona no era un terrorista llegado del fin del mundo, sino el ciudadano blanco estadounidense Thomas Jacobs Sanford, entrenado por la Marina para matar y condecorado por su trabajo en Iraq, algo para meditar.

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