BJ: La tormenta política perfecta se forma en el horizonte, y parece que no dará tiempo esta vez a evacuar previamente a la verdad.
La Cámara de Representantes de EE.UU. se prepara para una votación crucial sobre la Ley de Transparencia de los Archivos Epstein (H.R. 4405), un proyecto de ley que exigiría la divulgación pública completa de los documentos gubernamentales relacionados con el caso de Jeffrey Epstein. Esta legislación, de aprobarse, requiere específicamente que el Fiscal General divulgue todos los archivos no clasificados de la investigación del Departamento de Justicia.
La votación, prevista a desarrollarse la semana entrante, representa un desarrollo político significativo, creando una alianza inusual entre los demócratas progresistas y los republicanos libertarios que se unieron para sortear a su propio liderazgo. Este esfuerzo transversal refleja una abrumadora demanda pública de transparencia, con sondeos recientes que muestran que el 77% de los estadounidenses apoya la liberación de los archivos completos de Epstein con los nombres de las víctimas censurados.
Los principales partidarios republicanos de la iniciativa son los representantes Thomas Massie (R-KY), Lauren Boebert (R-CO), Marjorie Taylor Greene (R-GA) y Nancy Mace (R-SC). Ellos se unieron a todos los demócratas de la Cámara para firmar la petición de descargo para H.R. 4405 que forzó la próxima votación en la Cámara. Pero mas alla del apoyo inicial, la cadena de noticias ABC News asegura en reciente reporte, que unos 100 republicanos pudieran votar favorablemente por la desclasificación de todos los “records”
El «Huracán Epstein», un ciclón político y mediático, amenaza con desnudar de una vez por toda la verdadera esencia de Donald Trump. Este escándalo, alimentado por décadas de secretos y conexiones turbias, llega en el peor momento posible para el presidente de Estados Unidos. Justo cuando intentaba reanudar el financiamiento del gobierno tras el cierre más prolongado de su historia y se aprestaba a celebrar su supuesto triunfo, reaparece el fantasma de su “amigo”.
El núcleo de esta tormenta lo conforman las evidencias tangibles de la relación entre Trump y el ya fallecido magnate. Un libro de felicitaciones de cumpleaños de Epstein, de 2003, se ha erigido como una prueba central. En él, una presunta nota de Trump contiene un diálogo imaginario entre ambos, plagado de insinuaciones y dobles sentidos, enmarcado en el contorno de un torso femenino desnudo.
La estrategia inicial de Trump fue negar categóricamente la existencia de la nota, al punto de presentar una demanda por difamación. Sin embargo, una vez publicada, ya no fue posible mantener la negación. Sus portavoces se vieron forzados a recalibrar la defensa, afirmando que «el presidente no escribió esta carta ni la firmó». Así, en un libro repleto de mensajes para Epstein, Trump se perfila como el único que niega la autenticidad de su propia contribución.
Pero el escándalo de Jeffrey Epstein no es ni nuevo ni sencillo, y, para variar, sus orígenes están vinculados a una relevante figura política de la derecha cubanoamericana de Florida: Alexander Acosta. Como fiscal federal en Florida en 2008, Acosta —quien más tarde se convertiría en el primer hispano nominado al primer gabinete de Trump como secretario de Trabajo— fue el artífice del controversial acuerdo de culpabilidad con Epstein.
Alexander Acosta permitió que Jeffrey Epstein evitara graves cargos federales por tráfico sexual infantil, negociando un acuerdo por delitos estatales menores. Epstein cumplió solo 13 meses en régimen de libertad laboral, y el acuerdo otorgó inmunidad a sus posibles cómplices. El proceso fue criticado por su opacidad. Acosta se reunió de manera privada con un abogado de Epstein durante las negociaciones, y el acuerdo se manejó en secreto, sin notificar a las víctimas, lo que violó sus derechos.
Su red de apoyo político era sólida, con vínculos clave en la comunidad cubanoamericana de Florida. El senador Marco Rubio, con quien compartía un entramado de poder republicano, respaldó fervientemente su nominación al gabinete de Trump, calificándola como una «fenomenal selección». Acosta finalmente renunció en julio de 2019, poco después de que Epstein fuera imputado con nuevos cargos, conectando para siempre a la administración Trump con el encubrimiento inicial del caso.
Trump no puede argumentar que no conocía a Epstein. Las fotografías, las fiestas en Mar-a-Lago y los elogios mutuos durante más de quince años constituyen un registro público imborrable. Su estrategia ha sido la de un «distanciamiento por un robo de empleadas», una narrativa que resulta oportunamente conveniente.
En el tribunal de la opinión pública, la pregunta persistente es: ¿rompió Trump con Epstein por moralidad o porque el comportamiento de su amigo se había convertido en un riesgo para su imagen y ambiciones? El propio Epstein, en entrevistas con el periodista Michael Wolff, llegó a sugerir que Trump había cooperado con la investigación federal en su contra, una afirmación que incluso el presidente de la Cámara de Representantes, el republicano Mike Johnson, repitió brevemente antes de retractarse. Esta duda permanente convierte el terreno de «MAGALandia» en un espacio muy vulnerable a las acusaciones.
La administración Trump ha enfrentado desde hace un tiempo una presión constante, especialmente desde su propia base, para que libere todos los documentos gubernamentales relacionados con Epstein. En un giro dramático, la fiscal general Pam Bondi, quien durante meses había prometido grandes revelaciones, tuvo que admitir mediante un memorándum del Departamento de Justicia que no existía la tan mencionada «lista de clientes» de Epstein.
El memorándum no solo negaba la existencia de dicha lista, sino que también afirmaba no haber encontrado «pruebas creíbles de que Epstein chantajeara a personas prominentes» y que no se hallaron elementos para fundamentar una investigación contra terceros no acusados. Este anuncio, que pretendía cerrar el caso, enfureció aún más a los seguidores de Trump, quienes sintieron que se les había vendido una promesa de transparencia que nunca se cumplió.
Otro tema del que poco se habla podría ocupar titulares nuevamente. Las circunstancias que rodearon la muerte del financiero y delincuente sexual convicto en agosto de 2019 son ampliamente consideradas como profundamente sospechosas, transformando su fallecimiento de un suicidio en prisión en una teoría conspirativa global permanente y en un símbolo de un fracaso institucional.
Como hombre que poseía información incriminatoria sobre una red de asociados poderosos y adinerados, su muerte bajo custodia federal aseguró que muchos de sus secretos—y potencialmente los de otros—nunca se revelaran en un tribunal. Este acto de silencio definitivo, ocurrido bajo la vigilancia del gobierno de los Estados Unidos, ha llevado a muchos a concluir que su muerte fue demasiado conveniente para ser una mera coincidencia, avivando una intensa especulación pública y dudas persistentes sobre la narrativa oficial.
La sospecha se origina en una cascada de fallos extraordinarios y coincidencias en el Metropolitan Correctional Center (MCC) la noche de su muerte. Epstein debía estar bajo vigilancia intensificada, pues había sido puesto previamente bajo vigilancia anti suicidio tras un incidente, pero fue inexplicablemente retirado de ese estricto monitoreo. Los dos guardias asignados para vigilarlo cada 30 minutos presuntamente no lo hicieron durante horas, y luego admitieron que se durmieron y falsificaron los registros. Para colmo, su compañero de celda había sido trasladado sin ser reemplazado, y las cámaras de vigilancia del pasillo fuera de su celda fallaron, sin dejar un registro definitivo. Además, un informe de autopsia contradictorio de un renombrado patólogo contratado por la familia de Epstein señaló lesiones más consistentes con un estrangulamiento homicida que con un ahorcamiento suicida, desafiando directamente el dictamen oficial del médico forense.
La investigación del Departamento de Justicia atribuyó la muerte a una negligencia «flagrante» y a una «tormenta perfecta» de fallos de seguridad, esta conclusión ha hecho poco para acallar el escepticismo público. Para muchos, la idea de que cada medida de seguridad falló simultáneamente la misma noche en que murió un hombre capaz de implicar a élites poderosas en crímenes atroces sobrepasa los límites de la credibilidad.
Todo esto nos deja claro que el Huracán Epstein es diferente. No es un escándalo que se pueda desacreditar fácilmente pintándolo como «caza de brujas» partidista. El sonado caso involucra a víctimas reales, crímenes horrendos y una red de poder que trasciende afiliaciones políticas. Para «MAGALandia», una comunidad construida sobre la lealtad inquebrantable y la guerra cultural, este huracán representa una amenaza existencial: que su líder sea asociado no con un rival político, sino con la depravación misma.
La pregunta no es si el huracán tocará tierra—ya lo está haciendo. La pregunta es si «MAGALandia», construida en parte sobre la idea de un «hombre fuerte» e intachable, apegado a los conceptos más conservadores de la familia estadounidense, tiene los cimientos morales para resistir el embate. La historia sugiere que cuando la tormenta es de esta magnitud, ni los muros más altos pueden contener la fuerza de la verdad.
(Guillermo Suárez Borges, Investigador del Centro de Investigaciones de Política Internacional -CIPI-)
