La estrategia de política exterior y seguridad nacional de Estados Unidos publicada recientemente constituye una descarnada alabanza y asimilación a los tiempos actuales de la repudiada Doctrina Monroe.
De acuerdo con el documento, el país del Norte intenta justificar su enfoque injerencista en América Latina y el Caribe, así como en el resto del mundo, a partir de los gastados conceptos de la alegada intromisión de potencias extranjeras.
Sin mencionar por sus nombres a China, Rusia y el continente europeo, la doctrina sostiene que el objetivo de Washington debe ser impedir que otras potencias desplieguen fuerzas militares y adquieran activos críticos en la región al sur del Río Bravo.
Algo semejante a la Doctrina Monroe, emitida por el presidente James Monroe en 1823, conocida con el eslogan de “América para los Americanos”, considerada una advertencia a monarquías europeas para que no osaran reconquistar territorios recién liberados.
Ahora Donald Trump valora la presencia económica de chinos, rusos y europeos en la región mencionada como una amenaza a la seguridad nacional.
Dicho de otra forma, reafirma su óptica de que considera a América Latina como patio trasero, un lema que por razones tácticas otras administraciones omitieron.
La doctrina expuesta por el republicano asentado hoy en la Casa Blanca, revitaliza la Doctrina Monroe y confiesa el objetivo de incorporar aliados en América Latina para expandir su influencia.
Con insolencia, el documento propone despliegues para sellar fronteras y enfrentamientos a cárteles de las drogas, apelando a la fuerza si lo considera necesario.
No por casualidad, el pasado dos de diciembre la administración de Donald Trump celebró el aniversario de la Doctrina Monroe y concluyó su proclama acerca de la nueva estrategia de seguridad con la siguiente frase: esa política “está viva”.
Sin rodeos, Estados Unidos amenaza con buscar acceso a recursos y ubicaciones estratégicas en el subcontinente, lo que concretaría desechando coartadas o pretextos normativos.
Bajo ese prisma no asombra el despliegue de una desproporcionada flota militar en el Caribe, con el argumento de luchar contra el narcotráfico.
Los venezolanos lo interpretaron atinadamente como una posible intervención a un país con enormes yacimientos de petróleo, muy apetecidos por gobiernos y corporaciones estadounidenses.
