Todavía tenemos café en la taza de la memoria, y pan para las golondrinas que regresan al tejado. Mahmoud Darwish
Por estos días, el mundo continúa mostrando su rechazo a la ocupación y muerte indiscriminada de civiles, mujeres, niños, ancianos, en una política de exterminio impuesta por el régimen sionista de Israel, dos años después de una escalada mortal que cuenta con el amparo estadounidense.
Una vez más, el pueblo cubano, a pesar de sus propias dificultades, no deja de apoyar la causa palestina y su derecho a existir como estado libre y soberano.
No existe un guion definido para sobrevivir bajo la carga de una ocupación. En el entorno palestino, cada acto cotidiano se entrelaza con la posibilidad de resistir y desafiar. Protestar puede resultar, en un instante, en la cárcel o incluso en la muerte; sin embargo, este mismo impulso también puede dar lugar a transformaciones inesperadas que desafían la lógica del conflicto.
El sociólogo francés Edgar Morin subraya que la ambigüedad es una característica inherente a los sistemas complejos: un funeral en Gaza, por ejemplo, no sólo se convierte en un ritual de duelo, sino que también se transforma en un acto político. El llanto desgarrador de una madre se alza como un himno de resistencia que resuena con fuerza.
En esta realidad densa y multifacética, la subjetividad juega un papel clave. Para un pescador en Gaza, resistir ante la ocupación significa desafiar los límites marítimos impuestos por Israel. Un estudiante en Ramala encuentra su camino luchando mediante la creación de un periódico independiente.
El dolor de un refugiado en Líbano, donde se les prohíbe ejercer más de 70 profesiones, difiere enormemente del sufrimiento de un beduino en el Néguev. Sin embargo, ambos comparten un mismo sistema de exclusión. La realidad palestina es plural; es precisamente en esta diversidad donde radica su fuerza y vitalidad.
La resistencia palestina se sostiene sobre una red inquebrantable de vínculos que trascienden fronteras y territorios. La diáspora palestina mantiene vivas sus esperanzas mientras ayudan a sus seres queridos y los activistas globales cumplen su papel al presionar por boicots efectivos. Familias separadas en la distancia conservan rituales de comunión a través de plataformas digitales. Tal como enseña la académica Rosalía Varela, la vida es una red de relaciones interdependientes: cuando Israel demuele una casa en Jerusalén Oriental, los palestinos en Haifa se convierten en refugio; cuando un mártir cae, su nombre resuena en las plazas y calles del mundo árabe.
Por último, la espiritualidad palestina abraza las contradicciones inherentes al ser humano. Musulmanes y cristianos se unen en oración por la liberación, amalgamando el ‘Sabr’ (paciencia islámica) con la rebeldía política.
La dialógica propuesta por Morin revela cómo los opuestos coexisten: la mezquita de Al-Aqsa representa tanto un símbolo religioso como un bastión de resistencia. Este luto que empuja a las familias a llorar por sus seres queridos se convierte en combustible para la lucha por la dignidad.
En última instancia, esta integración de fragilidad y fortaleza —el sollozo que se eleva mientras se alza una bandera— constituye la esencia misma de la resiliencia compleja de un pueblo que, a pesar de todo, persiste y se niega a rendirse.