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Por: Nuria Barbosa León*
Puede definirse al fascismo, como un sistema social de opresión para mantener un poder político antidemocrático, pero la cualidad que más lo distingue son las víctimas que causa por el genocidio en masa y los métodos de tortura a la población.
Quizás el más elocuente y ampliamente divulgado fue el que ejerció la Almenania nazi, dejando seis millones de muertos, bajo la argumentación de acabar con los judíos pero que en realidad iba en contra de las ideas progresistas y de cambio, principalmente contra la ideología comunista y el socialismo ya instalado en la Unión Soviética.
El fascismo alemán se caracterizó por ser antiliberal, oponerse a la democracia de partidos, a la pluralidad y a la variedad, resaltó el accionar irreflexivo y promovió el totalitario, argumentando un sentimiento supremacista hacia la patria y la raza.
Los nazis alemanes construyeron el mito de la raza superior apoyándose en lo ario de origen nórdico, que debía erigirse como lo hegemónico mundial para gobernar a las grandes mayorías del sur global, que debían servirle como esclavos a sus apetencias económicas.
De ahí que el líder debe ser visto como un emperador y ser apoyado a ciega por las masas, algo utilizado por el presidente alemán Adolf Hitler, que se presentó como la voz única y unificada, en un liderazgo carismático e irracional nombrado: "Führer", "Duce", "Caudillo".
Este tipo de sistema social no deja margen a la diversidad, promueve la homofobia, el patriarcado, prohibe la libertad de expresión, de asociación y de prensa.
Lo más terrible es el uso de la violencia para obtener el poder o mantenerse en él; de ahí el surgimiento de los campos de concentración para apresar todo aquello que se le oponga o sea diferente, sin necesidad de un proceso judicial.
Este tipo de instalación se utilizó para realizar los más variados experimentos biológicos utilizando directamente a los seres humanos en sus laboratorios, abrió cámaras de gas para los fusilamientos masivos y cometió actos brutales en contra de la población confinada allí.
Para las relaciones exteriores fomenta la guerra, la expansión territorial, el saqueo de las riquezas de los pueblos y el robo de los recursos naturales, de ahí su carácter imperialista.
Cuando hoy vemos la celebración del Día de la Victoria, en la Plaza Roja de Moscú, debemos agradecer a ese Ejército Rojo que nos liberó de la miseria del nazismo alemán y debemos ser conscientes para luchar porque la historia no vuelva a repetirse en ningún rincón del planeta.