En comentario escrito luego del primer ataque mortal perpetrado en el Caribe sur por la armada estadounidense contra una lancha que, supuestamente, transportaba drogas y donde no hubo ningún sobreviviente, afirmé que el hecho calificaba perfectamente como una ejecución extrajudicial.
Si ustedes, amigos, se toman el trabajo de buscar cuáles son las características de este tipo de crimen, encontrarán textos similares al siguiente:
“Las ejecuciones extrajudiciales se caracterizan por la privación de la vida fuera del marco legal, sin un proceso judicial y de forma arbitraria. Jurídicamente, son consideradas violaciones graves a los derechos humanos y al derecho a la vida, ya que no respetan las garantías del debido proceso”.
Prima en estos casos la falta de autorización judicial y el uso del poder del Estado sin el debido proceso, pero en las más de 30 muertes ocurridas hasta ahora hay un agravante clave: ocurrieron fuera del territorio del Estado que las ejecutó, lo cual significa que es un crimen internacional.
Por esta causa puede ser perseguido en el sistema judicial de Estados Unidos, cuya nacionalidad tiene el perpetrador, o por las instancias creadas para regular las relaciones entre países en materia criminal.
Esto no es un descubrimiento sensacional, pues cualquier abogado penalista —algo que yo no soy, ni abogado ni penalista— debe haber llegado a la misma conclusión hace rato, y lo que llama poderosamente la atención es el silencio estruendoso que guardan esos profesionales y, en general, buena parte de la comunidad internacional.
¿Qué hace, por ejemplo, la Unión Europea en ese viejo, y supuestamente culto, continente con un delincuente que no solo reconoce sus crímenes, sino que se jacta de ellos?
No voy a preguntar por qué el Partido Demócrata de Estados Unidos se abstiene de denunciar ante los tribunales al presidente Trump, pues ellos también tienen bastantes esqueletos escondidos en sus armarios.
Recordemos que el ataque nuclear contra Japón lo ordenó Harry Truman; la invasión a Playa Girón y el bloqueo contra Cuba los firmó John Kennedy; y la escalada masiva de la guerra de Vietnam la dirigió Lyndon Johnson, los tres elegidos, o designados, bajo la bandera demócrata.
Con ese aval, Trump promete más muertes y aún tiene el descaro de llamar matón al presidente de Colombia, Gustavo Petro, uno de los mejores gobernantes de la región en los últimos tiempos.
Hace décadas, bastantes, por cierto, cuando alguien acusaba injustamente a otro de los defectos que en realidad él mismo tenía, solíamos decir: “Miren, el burro hablando de orejas” (Con perdón de ese noble animalito, el burro, por supuesto).
