Aquel día Aurora apretaba con fuerza un pequeño naylon rojo entre sus brazos. Lo sostenía como un tesoro mientras esperaba en la sombra a que concluyera el acto en la barriada matancera de Pastorita.
El joven delegado del barrio la convenció de asistir. No podía faltar: se convertiría en cómplice de un encuentro que debió ocurrir hace muchos años.
Corría el 2021, Aurora Cabrera Fuentes con 97 años conservaba una lucidez envidiable y una memoria intacta.
Cuando llegó el momento, un hombre se acerca. Ella solo le preguntó si era capaz de reconocerla. Han pasado más de diez años desde que comenzó esa complicidad epistolar entre ellos.
—¿Usted es Aurora? … ¿la Aurora de la Isla? —respondió Gerardo Hernández Nordelo, Héroe de la República de Cuba.
Aurora siempre temió morir sin verlo. Abrió el naylon rojo y, con manos temblorosas, sacó una a una las cartas que recibió desde la prisión de alta seguridad de Lompoc, uno de los tantos centros en los que Gerardo estuvo recluido durante 16 años.
Como miles de cubanos, Aurora se sumó a la causa de los Cinco escribiendo cartas.
Un día vi en el periódico las direcciones de las prisiones y supe que podía escribirles. Pregunté y me dijeron que Gerardo siempre respondía. Así fue.
Al principio se firmaba como “mamá Aurora”. Tras la muerte de la madre de Gerardo, prefirió llamarse “abuela”.
«Querida abuela Aurora, (…) acabo de recibir una carta suya enviada desde Alemania, con unas décimas muy lindas dedicadas a los cinco. ¡Gracias por recordarnos siempre!»
Aurora reconoció el valor de esa correspondencia. Guardó también los recortes de prensa que Gerardo le envió. En 2014, cuando él regresó a Cuba, recibió la última carta, esta vez acompañada de una llamada telefónica y una foto de Adriana, Gerardo y la recién nacida Gema. Desde entonces, el reencuentro quedó pendiente.
Ese encuentro finalmente ocurrió en 2021, en Matanzas. Para entender por qué se demoró tanto, hay que volver al inicio. Aurora residía entonces en Nueva Gerona, Isla de la Juventud, junto a una de sus hijas. Al enfermar, debió mudarse a Matanzas con otra de ellas. Así transcurrió el tiempo.
Al fin, ese día pudo estrechar las manos de Gerardo. Él se contuvo de darle un beso por las medidas higiénico-epidemiológicas, pero se acercó a escuchar las décimas guardadas para él. Esas mismas que, muchos años atrás, iluminaron como una aurora los días más oscuros de una prisión.