Las alarmas que suenan por los cuatro costados de nuestro planeta me hacen recordar, una vez más, aquella idea de que los tambores de la guerra son el sonido más persistente a lo largo de la historia de la humanidad, única especie en el planeta empeñada en aniquilarse a sí misma por los métodos más crueles.
Estamos ya en el tercer milenio de la época moderna; hemos sustituido la piedra por la espada, incorporamos el arco, la catapulta y la ballesta, la caballería se motorizó, la galera de remos se transformó en acorazados, conquistamos el aire con bombarderos cada vez más precisos.
Liberamos la fuerza del átomo y la convertimos en la espada de Damocles que pende sobre la cabeza de toda la humanidad, pero no hemos sido capaces de crear un hombre nuevo.
Hemos liderado asombrosas transformaciones tecnológicas, pero no para vivir mejor, no para sentarnos a la mesa a disfrutar nuestras cosechas sin dejar atrás a uno o dos de los demás, sino para matar cada vez con más eficacia y sangre fría en nombre de nuestros egoísmos.
Pero, ojo, no solo nos aniquilamos entre nosotros, también estamos matando a nuestra casa común.
A la hora de recordar, traigo también a la memoria la ya citada en otras ocasiones sentencia del reconocido genetista francés Albert Jacquard, quien aseguró: “Si desapareciera la especie humana, ello representaría una tragedia biológica. Sin embargo, al día siguiente de su desaparición, los árboles, los animales en el bosque y las especies marinas en los océanos serían mucho más felices”.
Los Acuerdos de París están desahuciados, porque la sed de petróleo es más fuerte que la sed de vivir, y una muestra de ello ocurrió en la reciente COP30 des-celebrada en la ciudad de Belém do Pará, a donde muchas delegaciones no pudieron asistir porque los precios eran demasiado elevados.
El precio de una noche de hotel de mediana categoría con motivo de la cumbre rondaba los 600 dólares, lo cual equivale al gasto en alimentación durante un mes de una familia promedio en México, por ejemplo.
Como se sabe, la reunión terminó sin acuerdos concluyentes para alivio de la gran industria de los combustibles fósiles, un avance civilizatorio más en la cuenta de la humanidad.
Posdata: Este no era el comentario de hoy. El tema era el anuncio de Francia de restablecer el servicio militar ante la guerra inminente, pero a veces lo que uno lleva adentro maneja sin piedad las manos sobre el teclado. Un abrazo, amigos, ahora que aún nos lo podemos dar.
