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¿Plan de paz?

por Guillermo Alvarado
Trump y Netanyahu

Llama poderosamente la atención el interés del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, para acelerar la implementación del proyecto, supuestamente de paz, en la Franja de Gaza, que incluye presiones a su aliado Israel para que cese los bombardeos y permita avanzar en las negociaciones.

Hay, al menos, dos versiones para explicar ese apuro, una que es coyuntural y tiene que ver con la insólita ansiedad del jefe de la Casa Blanca para obtener el Premio Nobel de la Paz, que será anunciado este año el 10 de octubre en Oslo, la capital de Noruega.

Recordemos que, a diferencia de los demás galardones, el de La Paz lo otorga un comité especial que radica en ese país, y no en Suecia, como ocurre con los otros, debido a que así lo determinó Alfredo Nobel en su testamento.

Sería una mancha terrible para la institución otorgarlo en 2025 a un hombre que ordenó el ataque inmisericorde contra millones de inmigrantes en su país, decretó el asesinato de personas en las aguas del Pacífico sur con el pretexto de combatir el narcotráfico y es cómplice del genocidio contra los palestinos.

Pero hay razones más de fondo que deben evaluarse, pues si bien el Nobel alimentaría el ego de Trump, hay otros intereses que alimentarían su fortuna.

En un sujeto de esta calaña, la ansiedad de riquezas supera cualquier otro deseo y hay bastante evidencia, que analizaremos en otro momento, de que está utilizando su cargo para conseguir beneficios.

Un grupo de expertos de la ONU advirtió recientemente sobre los puntos oscuros del plan de paz para la Franja.

Si bien saludan un posible cese al fuego permanente, la liberación de los rehenes israelíes en manos de la agrupación Hamas y el ingreso de ayuda para la población sometida por Israel al hambre como arma de guerra, llaman la atención a puntos inconsistentes con el derecho internacional.

Entre ellos figura la propuesta de crear un organismo de transición en Gaza, que será presidido por el mismo Trump, que reproduce las prácticas coloniales, así como una fuerza de estabilización internacional para reemplazar a Israel, dirigida por Estados Unidos.

En la práctica, esto no es más que cambiar de ocupante, sin poner fin a la ocupación,  y para nada significa la paz ni la libertad, sino la puesta en práctica de un nuevo modelo de opresión.

Es, ni más ni menos, la vieja fórmula  expresada por Giuseppe Tomasi di Lampedusa en su novela El Gatopardo: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.

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