No fue copiosa la información de los medios hegemónicos acerca del rechazo al despliegue militar de Estados Unidos en el Caribe, durante una reciente reunión del Consejo de Seguridad de la ONU.
La vista había sido convocada por Venezuela ante los atropellos de la desproporcionada fuerza marítima estadounidense en el Caribe, donde por orden de Donald Trump prevalecen la intervención y la agresividad.
Si bien varios países aprovecharon su turno en el Consejo para cuestionar la situación política interna en Venezuela, no dejaron de alertar sobre la amenazante situación creada en el Caribe.
Primero con el pretexto del combate al narcotráfico y más tarde con la confesión de querer un cambio de régimen en Caracas, la potencia del Norte puso al desnudo sus verdaderos afanes al desplazar al 15 por ciento de sus fuerzas hacia el Caribe.
El embajador mexicano en la ONU, Héctor Vasconcelos, avisaba sobre la necesidad de una solución razonada a la crisis, pues, dijo, “preservar nuestro espacio de convivencia pacífica es un imperativo”.
La voz de México se alzó para subrayar lo que debería ser unánime: corresponde exclusivamente al pueblo venezolano determinar su futuro político.
Lo que es inadmisible, expresaron delegaciones, es violentar la soberanía, la autodeterminación de los pueblos y el principio de no intervención.
O lo que es lo mismo: ejercer la piratería, condenada legalmente, cerrar el espacio aéreo venezolano e incautar buques petroleros frente a esas costas.
Todo ello con el publicitado afán de apoderarse del petróleo de Venezuela, supuestamente “robado” a Washington por ese país.
Se trata de un comportamiento de “cowboy”, opinó el embajador ruso, Vasily Nebenzya, quien acusó a Washington de pisotear la soberanía de los Estados, mientras que el embajador chino, Sun Lei, expresó: “Basta ya de acoso a Venezuela”.
Cuba, Nicaragua, Brasil, entre otros, también cuestionaron las acciones de Estados Unidos en el Caribe y si bien el Consejo de Seguridad de la ONU no las condenó explícitamente, al menos se escucharon numerosas denuncias.
Para escarnio público, el embajador estadounidense, Michael Waltz, se mostró bravucón, repitió que el gobierno bolivariano está vinculado al narcotráfico y le atribuyó a Washington el papel de gendarme de los mares.
Suficiente como para que la ONU le salga al paso con más vigor a lo que el embajador venezolano Samuel Moncada llamó “un plan de conquista y colonización” contra su país.
