Cuando finalizó la II Guerra Mundial y paulatinamente se fueron descubriendo los horrores desatados por el nazismo alemán y las hordas fascistas italianas, un clamor comenzó a recorrer el planeta donde pueblos y gobiernos clamaron porque nunca más ocurriera algo así.
De hecho el nacimiento de la Organización de las Naciones Unidas y la creación del Consejo de Seguridad, con todas sus imperfecciones, tuvieron lugar para que ningún pueblo tuviese que sufrir los desmanes perpetrados contra judíos, gitanos y otras minorías étnicas.
Desafortunadamente las taras que afectan a nuestra especie fueron más poderosas que la conciencia desatada tras ese conflicto global y crímenes lamentables volvieron a repetirse cada vez con más frecuencia, terror e impunidad para los culpables.
Finalmente la misma ONU, responsable por su inacción y, en ocasiones complicidad, debió reconocer hoy día que el Estado sionista de Israel completó el círculo infernal desde el “nunca más”, hasta el “otra vez”.
La expresión fue utilizada por la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos y expresa tanto rabia, como impotencia.
Rabia, porque ellos son los primeros testigos del genocidio que está llevando a cabo el régimen de Benjamín Netanyahu en la Franja de Gaza contra la población palestina, que rebasa en bestialidad lo hecho por Hitler contra los judíos durante el Holocausto en la primera mitad del siglo XX.
Impotencia, porque salvo la protesta enarbolada por los pueblos en varios puntos del planeta, la mayoría de los gobiernos, en particular los árabes y los occidentales reaccionan con extrema tibieza ante la gravedad de los hechos.
Hay que decir que la gente, incluso en Estados Unidos y Europa, ha sido mucho más valiente que sus dirigentes que no terminan de darse cuenta de que el silencio es también complicidad y que pasarán a la historia con los peores calificativos, si acaso nos queda mucha historia por delante.
Lo paradójico es que Netanyahu está empezando a enfrentar más oposición dentro de su territorio que afuera, como ocurrió con el jefe de su ejército, Eyal Zamir, quien instó al cabecilla sionista a aceptar un acuerdo que permita la liberación de los prisioneros israelíes y el fin de la guerra.
Convencido de su impunidad, el primer ministro sionista no toma en cuenta las débiles condenas o críticas de mandatarios, ni los lamentos de la ONU y sigue asesinando gente, incluso periodistas.
¿Qué va a pasar ahora? En realidad nadie lo sabe, pero incluso los peores pronósticos pueden quedarse cortos ante tanta sed de sangre y dolor que hay en Tel Aviv, Washington y la “culta y vieja Europa”.