Para vencer al hombre de la paz / y acallar su voz modesta y taladrante/ tuvieron que empujar el terror hasta el abismo/ y matar más para seguir matando.
En los versos que Mario Benedetti dedicara a Salvador Allende, diez años después del golpe de estado en Chile, perpetrado el 11 de septiembre de 1973, la historia vívida de lo que fue aquel brutal ataque militar aéreo y terrestre al Palacio de la Moneda.
La traición vino de la alta oficialidad fascista de los cuatro cuerpos armados. Querían hacer polvo al Gobierno de la Unidad Popular encabezado por Allende. Cuarenta hombres contra efectivos y recursos militares, resistieron durante siete horas el embate del adversario.
“Pocas veces en la historia se escribió semejante página de heroísmo”, dijo Fidel acerca del entonces presidente Salvador Allende, hombre extraordinario de Nuestra América, que a juicio de otros líderes políticos fue un antiimperialista sin concesiones, un latinoamericanista ejemplar.
Sabedora del peligro que su figura representaba para los intereses de los Estados Unidos, la Agencia Central de Inteligencia (CIA), quiso quebrar su ejemplo, el ejemplo de un candidato marxista que por primera vez en la historia del mundo occidental llegó a la presidencia de la República de Chile a través de las urnas y fue capaz de protagonizar cambios inéditos en ese país sudamericano; transformaciones que, lógicamente, no le faltaron obstáculos: intervencionismo, presiones diplomáticas, acoso político y económico por Estados Unidos y hechos violentos de la derecha.
A pesar de ello, la palabra de Allende siempre fue categórica. El 4 de diciembre de 1971, subrayó con voz clara y rotunda:
“Se los digo con calma, con absoluta tranquilidad: yo no tengo pasta de apóstol ni tengo pasta de Mesías. No tengo condiciones de mártir. Soy un luchador social que cumple una tarea, la tarea que el pueblo me ha dado. Pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la historia y desconocer a la voluntad mayoritaria de Chile: sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás. Que lo sepan: dejaré la Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera”.
Y aquellas palabras de Allende, a juicio de Fidel “no eran simple retórica. Aquellas palabras demostraban la voluntad y la decisión de un hombre de honor (…) ¡Y Salvador Allende cumplió su palabra en forma dramática e impresionante!”.
Y sobre aquella temeraria actitud de líder chileno Fidel dijo más: “El Presidente no solo fue valiente y firme en cumplir su palabra de morir defendiendo la causa del pueblo, sino que se creció en la hora decisiva hasta límites increíbles. La presencia de ánimo, la serenidad, el dinamismo, la capacidad de mando y el heroísmo que demostró, fueron admirables. Nunca en este continente ningún Presidente protagonizó tan dramática hazaña. Muchas veces el pensamiento inerme quedó abatido por la fuerza bruta. Pero ahora puede decirse que nunca la fuerza bruta conoció semejante resistencia, realizada en el terreno militar por un hombre de ideas, cuyas armas fueron siempre la palabra y la pluma”.