Senador Marco Rubio, ínfulas de grandeza y obsesión anticubana (II)

Editado por Pedro Manuel Otero
2019-01-15 11:59:58

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Foto/archivo

Por Diony Sanabia *

Washington (PL) Durante 2017 y más allá, el senador republicano Marco Rubio fue el principal instigador en el Congreso del tema de los incidentes de salud reportados por diplomáticos estadounidenses en La Habana.

Tal postura acerca de los llamados por Washington y la prensa norteamericana “ataques sónicos” fue asumida por el legislador pese a que entre sus colegas de ambos partidos existió y persiste una gran duda sobre los argumentos de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el Departamento de Estado al respecto.

En ninguna de las audiencias a puerta cerrada se presentaron evidencias creíbles y consistentes sobre lo sucedido.

No se encontró un arma, un motivo, un culpable aparente, pero Rubio dictó prácticamente a dicho departamento qué hacer en cuanto a la reducción del personal de las respectivas embajadas en Washington y La Habana, y cómo lanzar una alerta viaje para disminuir el nivel de visitas de estadounidenses a Cuba.

Después de la poco ceremoniosa despedida de Rex Tillerson como secretario de Estado mediante un tuit del presidente Donald Trump, y el reemplazo del consejero de Seguridad Nacional, Herbert R. McMaster, por el controversial John Bolton, en marzo y abril de 2018, respectivamente, Rubio pareció tomar un nuevo aire.

A juicio de diversas voces, tenía sus razones, pues Bolton fue quien en 2002 lanzó al mundo, en contra de la opinión de la comunidad de inteligencia estadounidense, la acusación contra Cuba por una supuesta posesión de armas biológicas, que después se comprobó que era falsa.

Rubio, el principal responsable de que Trump hiciera el ridículo públicamente al decir que ganó en Florida en las elecciones presidenciales de 2016 con el 84 por ciento del voto cubanoamericano, sintió en Bolton el alma gemela para avanzar en su cruzada anticubana.

Así, aprovechó los cambios en la jefatura del Consejo de Seguridad Nacional para introducir en la plantilla de ese órgano a su incondicional Mauricio Claver-Carone, un hombre visto como de pocas luces y verbo limitado.

Hasta la fecha de su designación, Claver-Carone se enfocó únicamente en la tarea de recoger dinero entre contribuyentes crédulos para pagar a políticos que aún apostaban por derrotar al gobierno cubano.

En el Departamento de Estado, Rubio tendría que adaptarse al liderazgo de un nuevo secretario como Mike Pompeo, quien declaró desde su designación para ese cargo que daría una mayor preeminencia a la entidad federal.

Cuando fue nombrado al frente de la CIA, Pompeo tenía los mismos años de experiencia que Rubio en el Congreso, aunque en cámaras distintas, y ambos contaron con el apoyo del conservador Movimiento Tea Party.

Pompeo es presbiteriano y reconocido como hombre de fe, tiene una formación militar, y ascendió por los rangos hasta ser oficial; Rubio ha sido católico, mormón y bautista a conveniencia, divulgó la televisora CNN en 2012, y solo conoce las armas para uso recreacional.

El primero representó al estado de Kansas, con una cantidad importante de agricultores que ha visto en el mercado cubano una buena oportunidad comercial, como lo demuestra el activismo en el tema del senador Jerry Moran y el congresista Roger Marshall, ambos publicanos.

Por su parte, Rubio representa a Florida, desde donde las principales figuras políticas exigen al resto de la Unión la aplicación del bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba.

Al mismo tiempo, es el estado que más se beneficia en el cobro de impuestos, valorados en cientos de millones de dólares, de aquellas compañías que tienen para operar negocios con el país antillano.

Florida es también el estado que más financiamiento recibe del presupuesto federal, mediante fondos declarados y no declarados, para propósitos de cambio de régimen en Cuba que van desde Radio y TV Martí hasta proyectos que ampara la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional.

Parte de ese dinero regresa a las campañas de reelección de los mismos políticos que los proponen y aprueban en Washington.

Rubio descubrió hace bastante tiempo que su activismo en los temas de Venezuela y Nicaragua pudiera generar similares ingresos oficiales.

De hecho, él y sus más allegados ya se benefician de fondos privados de grupos e individuos venezolanos, colombianos y nicaragüenses que, como sus predecesores cubanoamericanos, financian la guerra contra terceros desde lejos, pero no participan en ella.

Con la victoria de Jair Bolsonaro en las elecciones brasileñas, Rubio se apresuró a invitar a Miami a familiares y amigos del ahora presidente del gigante suramericano para forjar alianzas en la lucha contra Cuba.

Más allá de coincidencias ideológicas, quizás el senador tenga una alta responsabilidad en haber propiciado una alianza de Trump y el Departamento de Estado con uno de los políticos con mayor inclinación al fascismo que existe hoy en América Latina.

Eso, a juicio de muchos, acentúa la crisis de imagen que ya tenía la actual administración estadounidense entre latinoamericanos y caribeños.

Después del nombramiento de Pompeo al frente de la diplomacia norteamericana, Rubio continuó su asedio directo a funcionarios en el Departamento de Estado para lograr nuevas acciones contra Cuba, hasta que sucedió lo impensable.

Los cubanoamericanos de Florida perdieron en las elecciones de medio término del 6 de noviembre último, dos de los asientos en el Congreso federal, de los cuales habían dispuesto durante años.

Ileana Ros-Lehtinen, quien tuvo a Rubio como interno en su oficina, se retiró y su heredera política no fue electa; en tanto, Carlos Curbelo, después de posar como el más demócrata de los republicanos, fue desbancado por una novata que no dijo una palabra sobre Cuba durante la campaña.

De pronto, el otrora vocero de la Cámara de Representantes de Florida y ex precandidato presidencial, que estuvo a punto de ser exsenador, sintió que su tiempo para dañar aún más la relación bilateral con Cuba se acababa.

Desde entonces Rubio ha pasado de realizar recomendaciones al secretario de Estado a hablar a nombre de Pompeo, adelantándose incluso a lo que él y sus subordinados podrían proponer o decidir respecto a Cuba.

Lo ha hecho en lo relacionado a la aplicación de todo lo prescrito en la Ley Helms-, que refuerza el bloqueo, y en los aspectos legales del reciente acuerdo de las Grandes Ligas de béisbol estadounidense con la Federación Cubana de ese deporte, entre otros temas.



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