Por: Roberto Morejón
Un temor semejante a padecer
Ese recurso se ha convertido en una herramienta encarecida como el oro en tiempos de crisis económica, despidos laborales masivos, contracción del comercio mundial y caída del Producto Interno Bruto.
El problema, extendido en países del Sur empobrecido, radica en que el oxígeno desapareció del mercado y solo lo encuentran quienes más dinero posean en el bolsillo.
Señalado acertadamente como un nuevo marcador de la desigualdad reinante, el recipiente llamado indistintamente bombona o balón casi pasó a declararse inaccesible.
Guinea, Bangladesh, Honduras, Perú y otras naciones reportan plantas de oxígeno que NO funcionan en hospitales o lo procesan de forma insuficiente.
En Perú, el presidente Martín Vizcarra dio instrucciones a las industrias para aumentar la producción o adquirirlo en el mercado internacional.
La última de esas alternativas parece inviable en medio de la especulación global con los aditamentos médicos, al compás de la emergencia sanitaria.
Desafortunadamente, admitió
La crisis está planteada. Los familiares de los enfermos de COVID-19 deben pagar hasta seis veces el precio habitual.
Realizan angustiosamente el desembolso con la esperanza de llevar el gas incoloro e inodoro en auxilio de los pacientes en terapia intensiva.
Resulta doloroso leer mensajes en redes sociales de personas implorando por tanques de oxígeno o simplemente si pueden hacerles rebaja de precio.
NO son pocas las denuncias por el encarecimiento asociado de las medicinas por comerciantes y dueños de farmacias.
Todo lo apuntado se inscribe en la decadencia o debilitamiento de los sistemas públicos de salud, ante el avance del neoliberalismo.
Solo el paso arrollador del SARS-Cov-2 con su terrible efecto al desatarse la enfermedad, ha permitido abrirle el paso al imperativo de que en América Latina debe darse un vuelco a tanto abandono.
Lamentablemente esa certeza está coligada a los trágicos estertores de enfermos que NO pueden respirar.