La Habana, 14 ago (RHC) Para Juan Bosch, Enrique Martínez Pérez fue un hombre sin huecos; para Onelio Jorge Cardoso, el ser que dio vida al personaje de su célebre libro, El cuentero; para Raúl Ferrer, el más gracioso de la tierra. De él, y de Igna Pírez (porque Enrique le quitó las últimas tres letras a su nombre), nació Pedro Ernesto el 22 de febrero de 1937, en Santa Clara.

Ese hombre sin huecos, el padre de Pedro Ernesto Martínez Pírez, fue también amigo de Antonio Guiteras, padrino de la hija mayor del matrimonio: de Igna Sofía. Y aunque era de origen español, en el parque Leoncio Vidal nunca se sentó en la parte de los blancos, sino en la marginal para los negros. Enrique, quien vivió hasta el 15 de octubre de 1959, fue amigo de negros, de homosexuales, de comunistas, y nunca votó en las elecciones.

El abuelo de Pedro, Ernesto Pírez, era planchador y “trabajó hasta la muerte. De él aprendí el sentido del deber, de la honradez”. La abuela Pilar Capó tiraba las cartas mientras el nieto disfrutaba escucharla repetir una y otra vez a sus asiduos: vas a ser rico, vas a viajar…

Pedro tenía siete años de edad cuando tomó la primera comunión en la Iglesia del Carmen, en Santa Clara. Se arrodilló, rezó, miró a una virgen y pensó: “si es verdad que Dios existe, que esta santa me guiñe un ojo”. No lo hizo, y aunque es absolutamente respetuoso de todas las religiones, solo cree en José Martí, en Carlos Manuel de Céspedes y en Fidel Castro.

— ¿De dónde he venido yo sino de mis padres?, dice evocando al apóstol. Y añade: “Vivo orgulloso de los míos”.

También tenía siete años cuando su padre quedó cesante, y a los doce tuvo que empezar a trabajar. En sexto grado sufrió fiebre tifoidea, justo cuando había ganado el Beso de la Patria en la Escuela Primaria Anexa a la Normal de Maestros, y no pudo disfrutar de esa beca preparatoria para el ingreso al Instituto de Segunda Enseñanza. Pero la academia de Luis García Domínguez (destacado educador de Santa Clara en la época), le permitió, como premio, hacer gratis el séptimo grado.

—Durante la adolescencia y juventud tuve diferentes trabajos en Santa Clara. Y por la noche, estudiaba en la Escuela de Comercio de la Ciudad, con amigos inolvidables como Ramón Pando Ferrer, Armando Choy, José Julio Rivas Herrera, Israel Abreu, Luis Peralta y Francisco Ramos, a quien le decíamos Saquiri. Todos trabajábamos por el día y estudiábamos por la noche, y hacíamos un boletín antibatistiano que imprimíamos en un mimeógrafo de la Escuela de Comercio. Allí hice mis pininos en el periodismo.

—La diplomacia vino después, por puro azar, cuando estudiaba Ciencias Comerciales en la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas. Estaba en el primer semestre del segundo año y al rector, el doctor Mariano Rodríguez Solveira, quien era mi profesor de Derecho Civil, lo nombraron Embajador en Ecuador, y él tenía la convicción de que yo era su mejor alumno.

Pedro Ernesto Martínez Pírez trabajaba en ese tiempo en la Sección de lo Civil de la Audiencia de Las Villas, y tanto Mariano Rodríguez Solveira como el presidente Osvaldo Dorticós iban a esa Audiencia, a la Sección donde el joven estudiante era escribiente. Entonces Mariano le dijo un día:

—Pedrito, Dorticós y Fidel me nombraron embajador. Ven conmigo a Ecuador como secretario.

Así empezó en la vida diplomática, en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en el Departamento de América Latina. Hizo un curso preparatorio de tres o cuatro meses con muy buenos profesores, uno de ellos el doctor Raúl Roa García. En 1960 viajó a Ecuador.

—Todavía teníamos relaciones con Estados Unidos y el pasaje más barato era Habana-Miami-Quito. Hice escala en Miami; allí me miraron y me dijeron: “Usted no puede salir del aeropuerto” “¿Por qué?” “Porque puede ser un espía ruso con pasaporte diplomático cubano”. En Ecuador (1960-1962) conocí al pintor Oswaldo Guayasamín, a los escritores Jorge Enrique Adoum, Pedro Jorge Vera y Benjamín Carrión, así como al líder sindical Telmo Hildago, al dirigente indígena Amadeo Alba, al abogado de los indígenas Carlos Rodríguez y al Secretario del Partido Comunista en la provincia de Pichincha, Rafael Echeverría.

—Leí muchos libros, tuve muchos amigos, y me di cuenta de que, como diplomático en Quito, el periodismo era fundamental, porque las campañas contra Cuba eran tremendas. Grabábamos los discursos de Fidel por Radio Habana Cuba y los transmitíamos por Radio Cosmopolita de Quito. El dueño era José Antonio Buenaño, un amigo de Cuba. Así comencé a conocer realmente a Radio Habana Cuba.

Escribió con un pseudónimo para la revista Mañana, que dirigía Pedro Jorge Vera: “un hombre progresista que vino a Cuba, se entrevistó con el Che y le hizo un precioso soneto cuyo texto y audio guardo en mi oficina”.

Fue en Chile (1962-1964) donde consolidó su vocación por el oficio. “Conocí al Perro Olivares (Augusto Olivares), que murió con Allende en La Moneda; al Negro Jorquera: corresponsal de Prensa Latina en Chile; al Gato Gamboa, director del periódico Clarín; al Chico Díaz, que trabajaba con el Gordo Cabieces en la revista Punto final; al Flaco Tohá, del rotativo Última Hora y luego Ministro del Interior de Allende. Todos tenían pseudónimos, apodos, y todos hacían un gran periodismo”. Pedro elaboró algunos artículos que publicó en el periódico El Siglo, del Partido Comunista Chileno, también con un pseudónimo, porque sentía la necesidad de escribir, de defender a Cuba, no solamente como diplomático.

En 1964, al concluir su labor en Chile y regresar a Cuba, inició estudios de Ciencias Políticas en la Universidad de La Habana. Dos años después fundó la revista OCLAE: “con Germán Sánchez, quien después sería durante muchos años embajador de Cuba en Venezuela”.

— Al periodismo hay que llegar porque se necesita expresar ideas, afirma.

Por eso piensa que fue una suerte dirigir la revista OCLAE, de frecuencia mensual, durante un año. “Tuvimos colaboradores como Mario Mencía, René de la Nuez y el poeta Francisco Garzón Céspedes”.

En Juventud Rebelde, adonde fue como periodista después de concluir su trabajo en la publicación de la OCLAE, estuvo “durante los mandatos de tres directores: Miguelito, Sautié y Guerrita”.

— En aquella época era un diario vespertino y yo escribía todos los días un comentario en la sección internacional. Más tarde, a solicitud de Armando Hart Dávalos, me trasladé para la Agencia Prensa Latina (PL), donde estuve cinco años, con Pepín Ortiz y Manuel Yepe Menéndez. Creo que el último flash que se hizo en PL lo hice yo el 3 de mayo de 1972, cuando Fidel Castro puso por primera vez un pie en África.

Por Conakry inició aquella gira que terminó en Moscú, dos meses y cinco días después, narra. “Hice la cobertura del recorrido para PL, con el fotógrafo Rogelio Moré y un teletipista. Esa vez se juntaron en Conakry, la capital de Guinea, Fidel, El Caballo, y Sékou Touré, El Elefante”.

Ejercer el periodismo ha sido para Pedro Ernesto Martínez Pírez una necesidad. Lo ha hecho en todos los medios tradicionales: prensa escrita, radio, televisión. La llegada de las nuevas tecnologías le ha venido como anillo al dedo. El correo electrónico es para él una de las herramientas de comunicación que no desatiende y, en su oficina de Radio Habana Cuba anidan pirámides de casetes y DVDs que archivan grabaciones infinitas. Allí conserva, además, recuerdos de su andar en la profesión: fotos, trofeos, pequeñas esculturas, pinturas, libros. Todo colocado encima de mesas, bancos y guardapapeles, o en las paredes.