De mi cartera

Editado por Martha Ríos
2016-08-07 09:52:11

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El malecón de La Habana. Foto: Archivo

Por Ciro Bianchi Ross

¿Sabía usted que la Cruz de la Parra que se conserva en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa es la reliquia más remota del cristianismo en América?

¿Que la casa de Diego Velázquez, frente al parque Céspedes, en Santiago de Cuba, es en su tipo el inmueble español más antiguo que se conserva en toda la América Latina?

¿Que la calle Padre Pico, en la misma ciudad, cuenta con 52 escalones que se agrupan en 13 bloques de cuatro peldaños cada uno y 12 descansos?

¿Que la cruz emplazada en la cima de la loma de ese nombre, en la ciudad de Holguín, es la tercera que allí se coloca y se confeccionó de caguairán, como la original que en 1790 subió el fraile Francisco Antonio de Alegría, prior de la comunidad franciscana local?

¿Que la propiedad de la finca La Demajagua, de Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la Patria —Parque Nacional desde 1968— fue traspasada al Estado cubano por su hijo de igual nombre, en la segunda mitad de la década de 1930?

El mercurio y la fama

La imagen de bulto de Mercurio emplazada en lo alto de la Lonja del Comercio es una réplica de la obra del escultor flamenco Juan de Bolonia que se halla en el Museo del Louvre, de París.

Confeccionada con láminas de cobre muy delgadas, preside la esbelta cúpula de la azotea del edificio desde la inauguración del inmueble, el 28 de marzo de 1909. No ha estado, sin embargo, exenta de percances.

El 14 de octubre de 1999 los vientos del huracán Irene la sacaron de su sitio y la caída obligó a que se le sometiera a un proceso de restauración. Volvió a su lugar en el año 2001, esa vez sobre un soporte giratorio.

La Fama, escultura del italiano Américo J. Chini, corona la cúpula del palacio Salcines, en la ciudad de Guantánamo.

El artista realizó la obra para que fuera colocada en ese edificio, propiedad del ingeniero-arquitecto José Leticia de Jesús Salcines, que llevó adelante la construcción del inmueble entre 1916 y 1918.

Es una de las construcciones más significativas del centro histórico guantanamero, mientras que la escultura, por su importancia artística y cultural, pasó a ser, a partir de una encuesta popular, el símbolo de la ciudad desde el 1ro. de diciembre de 1993.

También la milagrosa

Por su ubicación privilegiada en una de las alturas más prominentes de la ciudad, la iglesia de La Milagrosa es un punto de referencia en el paisaje urbano guantanamero. Es, desde 2008, la sede del Obispado Guantánamo-Baracoa y desde el punto de vista arquitectónico, dicen especialistas, denota el estilo racionalista con una marcada influencia del brutalismo. Su torre de hormigón está rematada con una cruz latina.

Numeritos

La Loma de la Cruz se eleva a 261 metros sobre el nivel del mar. El ascenso a su cima puede hacerse por una escalera de 458 peldaños con descansos intermedios y bancos incluidos.

El puente Yayabo, en Sancti Spíritus, tiene una altura de nueve metros y un largo aproximado de 85. La Parroquial Mayor de dicha ciudad terminó de construirse en 1680, lo que la hace uno de los templos más antiguos que se conserva en la Isla.

Su torre, sin embargo, data de 1819, cuando llegó a considerársele una de las de mayor altura de la Colonia. Alcanzaba entonces los 20 metros, pero varias descargas eléctricas afectaron su cúpula y a mediados del siglo XIX se le dio el remate que aún conserva.

El puente de Bacunayagua, que marca el límite territorial entre las provincias de Matanzas y Mayabeque, se inauguró el 26 de septiembre de 1959.

Es una de las siete maravillas de la ingeniería civil cubana. Tiene, desde las bases, una altura de 110 metros y mide 316 metros de largo y 16 de ancho.

La Chorrera

En 1633 el capitán general Marqués de Cadereyta y el almirante Carlos de Ibarra estuvieron en La Habana, por orden del rey de España, a fin de examinar el estado en que se encontraban los castillos de El Morro, La Punta y La Fuerza.

Los visitantes recomendaron reparar e introducir mejoras en dichas fortalezas y sugirieron además la construcción de los torreones de Cojímar y La Chorrera para impedir que en esos lugares estratégicos se realizaran desembarcos enemigos y se internaran en la ciudad sorprendiendo a sus moradores.

En ambos lugares no se hacían efectivos los fuegos de El Morro, La Punta y La Fuerza.

El presupuesto para esos torreones fue de 20 000 ducados cada uno. Dinero que, en definitiva, aportaron los vecinos de cada una de esas zonas. Las construcciones comenzaron en 1646, es decir, 13 años después de que se recomendara edificarlos.

El torreón de La Chorrera fue totalmente destruido en 1762, en ocasión de la toma de La Habana por los ingleses, pese a los esfuerzos que, en su heroica defensa, desplegó el habanero Luis de Aguilar.

Lo bombardeó la artillería de los barcos británicos que fondearon en su cercanía para abastecerse de agua en la desembocadura del Almendares. El torreón de Cojímar también fue destruido.

Tras la salida de los ingleses de La Habana, los españoles se apresuraron a restaurar ambos torreones. El de La Chorrera quedó reconstruido como un rectángulo abaluartado, de dos plantas, que no era como el original y es el que ha llegado hasta hoy.

Ya en la República, La Chorrera fue una dependencia de la Marina de Guerra cubana. Durante la dictadura de Fulgencio Batista fue sede del Servicio de Inteligencia Naval y muchos jóvenes revolucionarios fueron torturados o encontraron allí la muerte, entre ellos Lidia y Clodomira.

No se seca el malecón

El Malecón comenzó a construirse el 6 de mayo de 1901, en tiempos de la intervención militar norteamericana. Al cesar esta e instaurarse la República, el 20 de mayo de 1902, la obra llegaba a la esquina con la calle Crespo.

Esto es, había recorrido un tramo de 500 metros. A causa de la irregularidad de los arrecifes, los cimientos del muro presentaron muchas dificultades en ese primer tramo, precisa Juan de las Cuevas, historiador de la Construcción.

El proyecto norteamericano contemplaba la presencia de árboles y farolas en el muro, pero la idea fue desechada al llegar la temporada invernal y entrar los primeros «nortes».

La obra continuó su curso. En 1909 llegaba a Belascoaín, donde abrió sus puertas el café Vista Alegre.

Siete años después se extendía hasta el torreón de San Lázaro, para lo que se impuso rellenar la caleta del mismo nombre —frente al actual hospital Ameijeiras— que tenía 93 metros de ancho en la boca y 5,5 metros de profundidad.

El huracán del 9 de septiembre de 1919 —el llamado ciclón del Balvanera— afectó grandemente ese tramo; le arrancó trozos inmensos de hormigón y los adentró en la ciudad.

A partir de 1921 la obra avanzó hasta la Avenida 23, pero habría que esperar un par de años para que se reconstruyera el tramo frente a la caleta.

La obra, al pasar frente al promontorio de la batería de Santa Clara —Hotel Nacional— hasta la calle O, exigía separar el muro unos 30 metros del litoral y rellenar un área de más de 100 000 metros cuadrados, con vistas a la construcción del monumento al acorazado Maine.

Hacia el sur

Los estudios para prolongar el Malecón hasta la desembocadura del río Almendares datan de 1914. Extenderlo hacia el sur, desde el castillo de La Punta hasta la Capitanía del Puerto, fue una idea que surgió en 1921.

Esta avenida se uniría con el tramo del Malecón ya construido y daría un fácil acceso al puerto desde el Vedado. El proyecto comprendía ganarle 111 000 metros cuadrados al mar, de los cuales gran parte se destinarían a parques y soluciones viales.

Las obras del muro, sin el relleno, las obtuvo en subasta la firma de contratistas de Arellano y Mendoza a un costo de 2 101 000 pesos y se calcula que el relleno costó otro millón de pesos adicionales.

Para realizar la obra se colocaron a lo largo de la línea donde se construiría el muro dos hileras de tablestacas de hormigón armado; también se hincaron pilotes en profusión cada 2,50 metros. Sobre las tablestacas y los pilotes se corrieron arquitrabes de hormigón armado.

El muro se realizó a base de unos grandes bloques huecos de hormigón armado, prefabricados en una planta que hicieron al efecto los contratistas en la Ensenada de Guanabacoa.

Estos bloques, aunque de dimensiones variables, tenían como promedio cinco por cuatro metros de área y dos metros de altura y descansaban sobre un fondo preparado con una base de hormigón y después se rellenaban también con hormigón, dejando fuera las cabillas que se empataban con todo el muro fundido a lo largo de la línea de los bloques.

Precisa Juan de las Cuevas que en este tramo se gastaron 17 000 toneladas de cemento Portland, 22 000 metros cúbicos de arena, 45 000 metros cúbicos de piedra picada, 35 000 metros cúbicos de rajón, 4 200 toneladas de barras de acero, 295 toneladas de vigas de acero y un millón de pies de madera.

La obra se comenzó en marzo de 1926 y se terminó en 1929. Para hacerla posible hubo, en un comienzo, que demoler la glorieta de Prado y Malecón, frente a La Punta, donde la Banda Municipal de Conciertos amenizaba las retretas.

Obstaculizaba el tráfico hacia el puerto. Esa glorieta, decía el arquitecto Bay Sevilla, fue la primera obra de hormigón armado, esto es con cabillas, que se realizó en Cuba.

El oeste

El general Gerardo Machado y Carlos Miguel de Céspedes, su inquieto ministro de Obras Públicas, extendieron el Malecón hasta la calle G.

Precisamente en G y Malecón quería Céspedes, en un acto de guataquería insuperable, erigir un monumento a Machado, pero el dictador fue derrocado antes y él, su ministro y otros funcionarios de su régimen tuvieron que salir de Cuba.

Otro dictador, el general Fulgencio Batista, alrededor de 1955 adelantó el Malecón hasta la calle Paseo, pero allí se interpuso el Palacio de Convenciones y Deportes, situado donde hoy se encuentra la Fuente de la Juventud, frente al hotel Havana Riviera.

Desde 1950 se hablaba de prolongar el Malecón hasta el nivel de la calle 12, en el Vedado, para, a través de un puente colgante gigante, enlazar con la Avenida Primera de Miramar, cerca de donde después se edificó el hotel Rosita de Hornedo, hoy hotel Sierra Maestra.

En esa época, al oeste del Palacio de Convenciones y Deportes no se había trazado el Malecón ni existían en el área viviendas u otras edificaciones.

Pero la construcción del túnel de Calzada, bajo el río Almendares, en 1958, determinó que el Malecón enlazara con esa vía subterránea que terminaría uniéndolo, ya en 1959, con la Quinta Avenida.

(Tomado del periódico Juventud Rebelde)



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