Las cosas que no se lleva el viento

Editado por Maydenys Rodríguez
2016-11-01 15:42:01

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imagen del territorio oriental cubano tras el paso de Matthew

Por: Darcy Borrero Batista

Los pies descalzos caminan entre los escombros de aquello que fue su ciudad, su barrio, su casa, en busca de lo perdido.

Las manos se aferran a las ramas de algún árbol levantado de raíz, a una ropa muy querida que se ahoga dentro de un viejo escaparate; alguna fotografía de tiempos memorables e inmemoriales. Cualquier cosa, cualquier detalle que flote alrededor de las piedras del camino y les ayude a reencontrar el rumbo, rastrean los ojos.

Las bocas permanecen quietas, no se habla demasiado. La realidad parece un cuadro de autor barroco. No hay espacio físico vacío, pero sí vacío de fondo. La música la componen los pájaros y varias gallinas desesperadas por la pérdida de sus nidos. Los lentes replican una y otra vez el cuadro, mientras entran a él y salen los pies, las manos, los rostros de la desgracia…

Cuando la vida corre peligro; o en momentos de crisis como el que ha vivido Guantánamo; cuando la tierra bajo los pies es movediza o los sueños pugnan por escaparse, pensar en la cultura puede ser visto como práctica enajenada y enajenante. La supervivencia, a secas, se vuelve palabra de primer orden, mientras lo demás se empequeñece y pasa a segundo plano, como sucede con todo lo accesorio en una fotografía desenfocada.

Pero la cultura, siempre presente, constituye lo primero a salvar aun en circunstancias dificiles. Así lo creyó Fidel cuando arreciaba en los 90 el periodo especial. Porque cultura es mucho más que danza, teatro, música, arquitectura, plástica, literatura y cine. Cultura es la articulación de todas las artes con sistemas de pensamiento. Cultura es la huella de cada civilización, la espiritualidad de un pueblo. Lo que no puede quitar nada ni nadie, lo que no puede llevarse un huracán.

Se trata, también, de esas pequeñas cosas que llenan a diario y se acumulan a lo largo de la vida. Los recuerdos, las vivencias, lo experiencial que sobreviene cuando todo lo demás se va. Por supuesto, esas pequeñas cosas, a veces, muchas veces, se materializan en cartas, fotografías, documentos personales como los títulos, libros; adornos, objetos que alguien muy querido alguna vez regaló, ropas que de tanto ponérsela adquieren un significado muy particular… en fin, todo aquello de valor sentimental para cada persona y que, al perderse, con certeza provoca un fuerte impacto en las emociones. Igual ocurre con el espacio vital, cuyo símbolo es la casa. El sitio de refugio, el oasis, el escenario de encuentro con el yo.

No obstante, aun si se perdieran todas esas cosas, quedaría —queda— la memoria. Y donde queda memoria, queda fuerza para levantarse de la silla y echar a andar nuevamente. Es lo que pudiera llamarse cultura sicológica, sociológica y, sobre todo, histórica; inteligencia emocional; aprendizaje, salud de las mentes.  Eso, a fin de cuentas, tampoco se lo lleva un huracán, aun cuando su viento máximo sostenido supere los 210  kilómetros por hora.

Tomado de Granma



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