Las mariposas tienen una isla en el corazón de La Habana

Editado por Martha Ríos
2016-12-30 15:26:57

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Mariposario de la Quinta de los Molinos, en La Habana. Foto: Alejandra García / Cachivache Media.

Por Alejandra García

“Ay, mariposa,
contigo el mundo se posa en la verdad del amor:
sé que en el mundo hay dolor, pero no es dolor el mundo”.
Pedro Luis Ferrer

El Jardín Quinta de los Molinos es un absurdo naturalista en el corazón de la Avenida Salvador Allende (antiguo Paseo de Carlos III), en La Habana.

Tras dejar esa calle por la que pasan los carros más ruidosos de la capital cubana, la puerta principal lleva a otra dimensión. Desaparecen el ruido, el asfalto, los fuertes olores y se abre un lugar lleno de árboles, cantos de pájaros, flores y mariposas.

Mariposas, esos insectos que resultan mucho más exóticos de lo que debieran, en una ciudad que puedes recorrer de un extremo a otro sin ver un solo ejemplar.

Un cartel anuncia que estamos en el Mariposario, el único en Cuba dedicado a la protección de estos insectos y su hábitat. A través de una malla protectora se puede seguir el aleteo en distintas direcciones de las decenas de mariposas –grandes, pequeñas– que conviven en este lugar, en perfecta paz, sin que haya “pena que pueda acabar con ellas”, como dice la canción de Pedro Luis Ferrer.

En el interior del local huele a hierba recién cortada. El área, considerando su uso, es relativamente pequeña (unos 168 metros cuadrados), y exige de muchos cuidados. Desde bien temprano, Osvaldo Rodríguez, jardinero de la Quinta, riega y poda las plantas, se asegura de que esté todo listo para dejar entrar el público.

Cada día, durante las primeras horas de sol, a Osvaldo siempre le acompaña Roberto Rodríguez Roque, biólogo y especialista involucrado en este proyecto desde sus inicios. Los dos son perfectos conocidos de estas criaturas.

Cada mañana Roberto revisa, hoja a hoja, las aproximadamente 15 plantas hospederas, en busca de nuevas larvas. “A ellas les gusta poner sus huevos en las hojas de naranja y maracuyá”, cuenta Roberto Rodríguez, mientras va pasando cuidadosamente las pequeñas larvas a un frasco de cristal, y mariposas de los más diversos colores y estampados revolotean a su alrededor y se le posan, amigables, en la cabeza.

“Las larvas no pueden quedarse dentro del mariposario. Si me descuido, acaban con las plantas hospederas”, dice. Se refiere a aquellas donde cada especie de mariposa pone sus huevos y las orugas se alimentan de sus hojas. Roberto las traslada al cuarto de cría o laboratorio, al cuidado de Irina Pantoja, técnico en Agronomía.

Allí se colocan en recipientes de plástico o vidrio transparentes y se les suministra hojas u otras partes de las plantas que le sirven de alimento. Es aquí donde se puede observar la primera parte de la metamorfosis: de huevo a larva, de larva a pupa.

La crisálida es llevada al pupario o área de exhibición para que el público pueda presenciar su nacimiento. “Hoy, cuando llegué al laboratorio dos de ellas ya habían salido de la pupa. Las encontré revoloteando por la oficina. Eso pasa a cada rato”, dice sonriente.

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Aunque parezcan unas jovencitas inquietas, las mariposas tienen algo que ayuda mucho en su manipulación: son fácilmente reconocibles. Hay 200 especies diferenciadas en Cuba, que no es mucho (existen más de 113 000 especies de lepidópteros -mariposas y polillas- en el mundo).

Aún así, son muy pocos los especialistas investigándolas. Roberto es uno de ellos y Alejandro Barro Cañamero, profesor de la Facultad de Biología, otro. “No debemos pasar de cinco”, dijo Barro durante una visita al Mariposario, proyecto al que se involucró desde el inicio.

“Era la cuarta vez que alguna institución cubana me contactaba para hacer un mariposario. De todas, esta es la única que no quedó solo en el intento”.

La construcción del mariposario era un viejo anhelo de la Facultad de Biología de la Universidad de La Habana. Luego de mucho esfuerzo quedó inaugurado en junio del 2015, en un proyecto conjunto de la Facultad, la Quinta de los Molinos y la Oficina del Historiador de la Ciudad.

La experiencia ha sido más que exitosa. En una ciudad donde abunda la suciedad y en la que el verde de las plantas es opacado por el hollín en casi todas partes, la Quinta es una Isla, un pequeño refugio para estos coloridos insectos.

El fin del mariposario es preservar el lugar para proteger especies en peligro de extinción. En él podrían ponerse a convivir hasta 20 especies; cultivar las pupas y trasladarlas a zonas donde corren peligro de extinguirse, y así liberarlas y repoblar el país.

En la actualidad cuentan con siete especies de mariposas comunes. Se capturan cuando sobrevuelan el jardín atraídas por las plantas o cuando se les ve vagando por alguna calle. Para trasladarlas al Mariposario, las colocan en pequeños sobres, para no lastimarles las alas.

“Estamos aprendiendo con las que tenemos, aún no podemos arriesgarnos a cuidar de especies endémicas; aunque cada día nos sentimos un poco más preparados, en parte por las adversidades que hemos enfrentado”, explica Roberto.

Una vez una plaga de polillas acabó con las flores. Otra, una rata se coló en el invernadero y devoró las pupas que se quedaron dentro. Cada vez que hay períodos de lluvias intensas, como las que acompañan a los cambios de tiempo, se afecta la reproducción de las mariposas adultas, quienes mueren por las condiciones de humedad.

Además, aunque la malla que protege al mariposario evita la entrada en exceso de gases tóxicos, no impide de todas formas que estos causen daños en el desarrollo de los insectos. Imaginen lo que sucede con la reproducción de las mariposas comunes que viven fuera del santuario, esas que antes abundaban en los barrios capitalinos.

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“Tengo gran preocupación con la preservación de las mariposas”, comenta Alejandro Barro. Las fumigaciones en la ciudad por cuestiones de prevención de epidemias hacen mucho daño a los insectos, valoró el profesor.

Las mariposas no son resistentes a las fumigaciones. Tal vez una sola dosis de ese producto químico no sea letal, pero si se fumiga a lo largo de seis semanas seguidas, el daño puede ser irreversible.

En los lepidópteros, que tienen ciclos de vida relativamente largos (hasta dos meses), es muy pobre la capacidad de regenerar la población que ha sido afectada por una fumigación química a partir de los organismos que fueron resistentes a ella.

Alejandro recuerda que en la década de los ochenta en la capital también se perdieron las mariposas, y él culpaba a la fumigación. “Cuando en los noventa llegó el período especial, estuvimos años sin fumigar, pues no había petróleo, y la ciudad se repobló de insectos”.

Roberto Rodríguez, aunque reconoce que es una medida necesaria e inevitable, entiende que hay peores plagas. “Por ejemplo, la contaminación y las condiciones de insalubridad, además del desconocimiento social sobre cómo protegerlas y crear hábitats para su desarrollo. Casi no se habla de esto en los medios de comunicación”.

Por eso, la principal utilidad del único mariposario cubano es la de educar a las personas. “Vivimos en una ciudad muy loca, donde las leyes no son lo suficientemente estrictas con respecto al cuidado de los animales y la gente no tiene mucha conciencia sobre la protección, especialmente, de los insectos”, se lamenta Alejandro Barro.

Hay personas en La Habana, por ejemplo, que se dedican a vender colecciones de mariposas. A Alejandro le duele ver que la gente saque provecho de animales vivos, muchas veces exóticos. “La crisis económica ha viciado la sociedad. Me molesta y me indigna, sobre todo, que pase a la vista de las autoridades y nadie haga nada.

Creo que está mal lucrar con eso. Es cierto que es difícil lograr un equilibrio entre el beneficio económico y la protección de la naturaleza, pero no es imposible”.

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Juanito es dueño de un puesto dentro de la tienda Fin de Siglo, en La Habana, donde están recluidos antiguos vendedores callejeros y artesanos locales. Allí se exhibe todo tipo de suvenir para turistas en busca de un estereotipo de lo cubano: tallas de negritos con tabacos, mulatas ondulantes, esfinges del Che, banderas de Cuba, caracoles y mariposas.

Entre tanto adorno destaca una colección de once mariposas, clavadas con alfileres y dispuestas con cuidado dentro de un cuadro protegido con doble cristal.

“Cuesta 80 CUC”, dice sin más preámbulo Juanito –unos 60 años, con bigotes–, cuando advierte mi interés. “Soy el único que vende mariposas en La Habana”, añade para valorizar su mercancía. “Es un buen precio, porque en esa selección hay especies endémicas.

Yo no soy quien las cría y monta los cuadros. Es otra persona, a la que yo le hago los encargos”. Aunque fui otras veces a Fin de Siglo para encontrarme con el proveedor, nunca apareció. Sin embargo, Juanito y el cuadro con las mariposas todavía siguen ahí.

No está bien. Quien lucre con mariposas, necesita cuando menos un control para evitar que ponga en riesgo la supervivencia de especies en peligro de extinción, opina Alejandro Barro. Además, debe pagar un impuesto al Estado, porque estos insectos no son su propiedad.

“No veo mal que una persona viva de ello, pero siempre que lo haga de un esfuerzo propio, no de un esfuerzo de la naturaleza”.

La situación está descontrolada. Quienes se dedican a traficar con mariposas por lo general no las crían, sino que van a los lugares donde abundan, las cazan adultas y luego las matan. Así le quitan a la naturaleza más de lo que ella puede producir y empieza a romperse su frágil equilibrio.

Además, islas como la nuestra no tienen poblaciones grandes de flora o fauna. Por tanto, hasta las especies más abundantes de Cuba ya están en peligro solo por el hecho de vivir en una isla, comenta el especialista.

En los mariposarios del mundo, para que se pueda intercambiar mariposas, las leyes obligan recurrir a las listas de la Convención Internacional para el Tratado de Especies Silvestres, que declaran cuáles son las especies en peligro de extinción.

De serlo, no se puede traficar con ellas. Alejandro Barros recomienda que esta norma debería ser aplicada en Cuba a toda persona que desee lucrar con los insectos.

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Las especies que se crían hoy en el mariposario de la Quinta de los Molinos no corren peligro de extinción y podrían ser una fuente de ingreso para el país. Tienen un valor económico que no se está explotando aún, a diferencia de buena parte del mundo, en el que la venta de especies comunes genera dinero.

Los mariposarios son como los zoológicos, que sirven para el entretenimiento, la educación y la investigación, y hay miles en todo el planeta, algunos de gran renombre internacional.

Según el profesor, exportarlas no supondría grandes inconvenientes. “En mariposarios de países fríos no abundan las mariposas autóctonas. Por tanto, ellos necesitan normalmente comprar esos animalitos. Cuba podría beneficiarse económicamente de ello y, a la vez, adquirir otras especies”.

“El Estado podría hacer mucho más para fomentar la educación y el cuidado de las mariposas”, añade Alejandro Barro. Desde ese punto de vista, podrían explotarse también sus potencialidades. El mariposario podría confeccionar plegables y calcomanías para vender a quienes lo visitan.

La Quinta podría ser no solo un pequeño oasis, sino una mini industria que fomente además la educación en las personas hacia el cuidado de estos insectos.

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Pocas personas conocen que la ausencia de mariposas en La Habana tiene entre sus principales causas a buena parte de las plantas sembradas en la ciudad. Las ornamentales que abundan en los jardines habaneros en su mayoría no son cubanas, por tanto, nuestros insectos no las usan como comida, coinciden Alejandro y Roberto.

Por otro lado, La Habana está llena de árboles que florecen poco y las mariposas no extraen el néctar de todas las flores.

Su espiritrompa –el tubo largo que presentan en la boca o probóscide– está adaptada para la succión en flores pequeñas, como el romerillo, la verbena y el marilope.

Deberían existir campañas de bien público que adviertan a los ciudadanos acerca de cómo beneficiar su jardín o sus cultivos para que los habiten las mariposas. Si los medios de comunicación lo divulgan ayudaremos a que las mariposas se reproduzcan con mayor facilidad, a pesar de las adversidades.

“La gente, incluso, podría criarlas dentro de sus casas”, dice Alejandro. Roberto, por su parte, recomienda la siembra de naranjos, plantas de maracuyá y caisimón, donde la mariposa coloca sus huevos.

Construir un mariposario no es cosa sencilla, pero tampoco imposible. Podrían utilizarse los materiales que ofrece la localidad y el tamaño dependerá de la cantidad de mariposas que deseen tenerse.

Para confeccionar uno, se necesita una malla de sombra que permita la entrada de luz solar a un 50 por ciento. El agua no puede faltar; una pequeña fuente o manantial, alrededor de la cual las mariposas cortejen y sacien la sed.

Sembrar plantas de muchas hojas es el próximo paso, para simular un bosque que dé abrigo a los pequeños insectos durante las horas de sueño. Por último, es imprescindible sembrar plantas hospederas y flores pequeñas, donde tengan sus crías y puedan alimentarse.

Cerrando los ojos para negar la realidad no ayudamos a rescatar las mariposas perdidas de nuestro paisaje urbano.

Educación, sensibilidad ecológica, los árboles adecuados y conciencia ciudadana, son esenciales, admiten los especialistas, y quizás hasta podrían cumplirse aquellos versos del poeta andaluz Federico García Lorca:

“Veremos la resurrección de las mariposas disecadas,
y aun andando por un paisaje de esponjas grises
y de barcos muertos,
veremos brillar el anillo
y manar rosas de nuestra lengua”.

(Tomado de Cachivache Media)



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