El ángel exterminador de San Cristóbal de La Habana

Editado por Lorena Viñas Rodríguez
2018-09-03 11:36:10

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Foto: ACN.

Por: Jorge Wejebe Cobo

La Habana, 3 sep (RHC) Septiembre de 1555 comenzó para los sobrevivientes de la Villa de San Cristóbal de La Habana con misas religiosas, no muy lejos de donde a la sombra de una ceiba en 1519, en otra homilía, se consagraba el nuevo poblado, pero esta vez los fieles rogaban a Dios para que exorcizara a la comunidad del Ángel Exterminador, nombre que dieron al pirata francés Jaques de Sores, quien poco antes redujo a cenizas el vecindario y mutiló y asesinó a los desdichados que caían en sus manos.

El imperio español, medio siglo antes de la incursión pirata, inició la conquista y explotación del continente americano de donde fluyó a sus puertos un torrente de oro, plata y otras riquezas que arribaban en galeones para estimular la ambición de los tradicionales enemigos de España: Inglaterra, Francia y Holanda que no tardaron en tratar de apoderarse de tan extraordinario botín.

Desde entonces, la guerra se trasladó a los mares del nuevo mundo, en el cual piratas y corsarios se convirtieron durante más de 300 años en depredadores de esas fortunas en mar y tierra, extraídas de los pueblos originarios en nombre del derecho divino de su majestad el rey de España.

En esos años el puerto de La Habana era un punto importante del arribo de los barcos llenos de tesoros que desde los confines de toda la región arribaban para conformar un sistema de flotas custodiado por buques de guerra, con el fin de emprender el cruce del Atlántico hacia la metrópoli.

Jacques de Sores era un diestro pirata francés en abordar las embarcaciones hispanas, aventuras que compartió con su compatriota Frances le Clerg, conocido como Pata de Palo, por una extremidad perdida en un combate, y ambos detentaban la negra leyenda de haber arrasado ciudades costeras del Caribe, América del Sur y Canadá.

En 1554 se le adjudica al pavoroso dúo la destrucción del poblado de Santiago de Cuba, como otros piratas lo hicieron antes con los asentamientos de Puerto Príncipe, Trinidad, Baracoa, San Juan de los Remedios, Manzanillo y Bayamo.

Pero el mayor trofeo para la jauría de piratas que asolaban el Caribe era La Habana, y Jacques de Sores probablemente junto con Pata de Palo, después de tomar Puerto Príncipe y llevarse todo lo de algún valor, incluyendo algunas de las más importantes damas de la localidad y asesinar a quien se les opusiera, desembarcaron el 10 de julio de 1555 en la Ensenada de San Lázaro, al frente de 200 hombres armados con arcabuces y protegidos con petos y cascos para ocupar la villa habanera, según narraciones de la época.

El único resguardo de la urbe antaño era una improvisada fortaleza de madera y piedra alzada en el mismo lugar que hoy ocupa el Castillo de la Real Fuerza, que era defendida por el vecino y Regidor del Cabildo Don Juan de Lobera, con alrededor de 20 hombres y con solo un cañón de 47 quintales de peso, llamado “el salvaje”, y seis piezas de pequeño calibre.

No obstante, el bravo jefe declinó rendirse y luchó hasta que fue destruido el baluarte y sus armas de fuego y ballestas quedaron inutilizadas, por lo cual bajo la presión de su diezmada tropa se rindió a los galos.

Mientras, el Gobernador de la Isla, Gonzalo Pérez de Ángulo, huyó junto a su familia y se refugió en el entonces cacicazgo de indios de Guanabacoa ante las primeras noticias del desembarco. Aunque al parecer, tratando de redimir su cobardía, organizó un grupo de habitantes, junto a indios, para sorprender a los piratas, pero el ruido de la improvisada cuadrilla puso en alerta a los piratas que repelieron el ataque.

En represalia, los invasores franceses asesinaron a 31 prisioneros, incendiaron la Villa y robaron todo lo que encontraron y por fin el seis de agosto se reembarcaron.

Paradójicamente, Jaques de Sores le perdonó la vida al valiente defensor de la comarca, Don Juan de Lobera, pero el gobernador Pérez de Ángulo fue enviado a España y enfrentó un proceso por cobardía que no concluyó porque murió antes del juicio.

A pesar del ataque, La Habana permaneció durante siglos como lugar de reunión de la flota que llevaba las riquezas a la Corona evadiendo los ataques de piratas y corsarios, lo cual influyó en el desarrollo de la localidad que desplegó una economía de servicio al comercio marítimo y con astilleros donde en el siglo XVIII fueron construidas grandes embarcaciones.

El ataque de Jacques de Sores también influyó en la arquitectura de la ciudad, que fue reconstruida con mejor orden e incluyó el fortalecimiento de su defensa con la edificación del Castillo de La Real Fuerza sobre la fortaleza destruida, al que seguiría el de los Tres Reyes del Morro y el de San Salvador de la Punta, fortificaciones que han perdurado intactas frente al paso del tiempo.

Tales edificaciones, junto a otros detalles icónicos, son evidencias de la historia vivida por la Villa de San Cristóbal de La Habana, que el 16 de noviembre del próximo año al celebrar el aniversario 500 de su fundación, recordará igualmente los difíciles tiempos de la iniciación de la Ciudad Maravilla cuando fue presa de desalmados piratas. ( Fuente: ACN)



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