La historia de los Maceo y Grajales(+Fotos)

Editado por Lorena Viñas Rodríguez
2018-11-30 09:44:32

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Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.

Por: Ania Terrero, Irene Pérez

La Habana, 30 nov (RHC) “¿Vinieron a conocer a la vieja?” Desde el sillón, pregunta Panchita sonriente cuando entramos en su casa. Sin esperar por presentaciones formales, cámaras o grabadoras y mucho menos por preguntas, arranca a hablar. Marta, con la que coordinamos antes por teléfono, observa como su madre toma las riendas y va directo a la cocina. Comprendo que esta no será una entrevista tradicional.

“Yo he vivido 99 años, casi dos vidas, así que lo he visto todo: mucha gente, gobiernos, momentos… Viví a Machado, a Batista y luego la Revolución, con todo lo que hubo por el medio. He conocido un montón de personas, hasta a Raúl. Pero el único que me faltó -y me arrepiento- fue Fidel. La vez que más cerca estuve fue el día en que entró la Caravana de los Barbudos en La Habana. Yo estaba en la escuela de Ballet, en L y 19, y salimos hacia la avenida 23 para verlos llegar, pero había mucha gente, muchísima, y yo, bajita como soy, no pude distinguirlo bien. Después, ya nunca volví a tenerlo tan cerca”.

Panchita Romero Ulloa no habla como si tuviera casi 100 años. Con una lucidez envidiable, relata acontecimientos importantes en su vida y solo se detiene cuando no recuerda un nombre o una fecha específica. En esos momentos su hija Marta Vecino Romero viene al rescate y le proporciona el dato o complementa una de sus ideas. A simple vista parecen solamente una pareja de madre e hija con historias intensas por relatar.

Si uno observa con atención, identifica pequeños detalles en sus rostros y discursos aparentemente habituales que anuncian algo más fuerte, casi histórico, legendario, escondido en la cotidianidad. Cierto ángulo de la cara; el carácter fuerte, orgulloso e intransigente que comparten; sus certezas, afirmadas una y otra vez, de que lo más importante es ser y no parecer, entregar y no pedir… Porque Panchita y Marta, aunque quieren ser conocidas por lo que se ganaron y no porque lo que heredaron, tienen un orgullo muy grande escondido entre las venas: la sangre de los Maceo y de los Grajales.

Hija de Edelmira Ulloa y nieta de Dominga de la Calzada Maceo –una de las hermanas del Titán de Bronce-, Panchita es la única bisnieta viva de Mariana Grajales. Marta, por tanto, es una de sus tataranietas. Son dos de los más de 400 descendientes de esta familia que se encuentran hoy esparcidos por Cuba y el mundo.

Mariana y Dominga, la historia que precede

Dominga Maceo fue una de los trece hijos de Mariana Grajales. Fruto del matrimonio con Marcos Maceo, nació en el año 1857 y siendo niña marchó a la manigua junto a su madre, sus hermanos y su cuñada María Cabrales.

Cuenta la historia que el 12 de octubre de 1868, cuando en una reunión de conspiradores en casa de los Maceo, los hijos mayores Antonio y José dieron el paso al frente para incorporarse a la lucha, la madre Mariana se sintió regocijada y feliz.

Foto: Cortesía de las entrevistadas.

Entró a la sala con un crucifijo en la mano y emocionada dijo: “De rodillas todos, padres e hijos, delante de Cristo que fue el primer hombre liberal que vino al mundo, juremos libertar la patria o morir por ella”.

No es de extrañar que unos meses después -cuando los españoles conocieron del vínculo directo de los Maceo y Grajales con los mambises- la familia completa se dirigiera al monte donde se vincularon enseguida al Ejército Libertador, curando a los heridos y apoyando en otras necesidades.

En la Guerra de los Diez Años, la Madre de la Patria perdió a varios de sus hijos varones y a su esposo Marcos. Este último, cuando la muerte era una realidad inminente, recordó el juramento hecho a Mariana antes de partir para la manigua, recordó su vehemente amor por la Patria y expresó: “He cumplido con Mariana”. La próxima guerra, en 1895, se llevaría al resto de sus varones, pero ella ya no lo vería.

Muy conocida es la historia de la reacción de Mariana al enterarse de que Maceo había sido herido y ante los llantos de las otras mujeres exclamó: “Fuera faldas de aquí, no quiero lágrimas”, para acto seguido dirigirse a su hijo más joven, Marcos, de solo 13 años, y decirle que debía “empinarse” y partir a luchar por la Patria.

Tales anécdotas, más o menos divulgadas, no hacen sino confirmar que Mariana no fue una mujer común. Ella entregó lo mejor de sí, sus hijos y sus esfuerzos por la Patria, cuando aún no se entendía bien que significaba esa palabra.

Tras la Guerra de los Diez Años, Mariana emigró a Jamaica con sus hijas, y allí falleció en noviembre de 1893. Tras la muerte de su madre, Dominga viajó a Honduras y allí vivió durante varios años. Contrajo matrimonio con Manuel Romero López, teniente coronel del Ejército Libertador, y de esa unión nacieron 6 hijos: Vicente, Edelmira, Antonio, Julián, Manuel y Marcos Romero Maceo. Panchita es la hija de Edelmira y es parte de los descendientes de Maceo que nació fuera de Cuba.

Marcada por los duros años en la manigua, Dominga habló muy pocas sobre lo que allí había vivido y sufrió inmensamente la muerte de sus hermanos.

“Mi abuela tuvo mucho mutismo, no contó nada de la guerra. Imagínate que mi abuelo le ocultaba las cartas en que llegaban noticias de las muertes de sus hermanos. Y un día ella las encontró todas, escondidas en un resquicio del techo. El impacto para ella fue muy duro y realmente poco contó de la manigua después de eso”, así intenta explicar Panchita, su bisnieta, el silencio de Dominga Maceo con sus hijos y nietos acerca de la guerra.

Sin embargo, Dominga no se desentendió de Cuba. Tras la muerte de su marido, hizo todas las gestiones para ser repatriada a la Isla y volvió a principios del siglo con varias de sus hijos y nietos. Así llegó Panchita a Cuba, con apenas cinco o seis años, para vivir primero en Santiago de Cuba y luego en La Habana.

Foto: Cortesía de las entrevistadas.

Panchita rememora cómo su abuela era invitada cada año a los actos por aniversarios de la muerte de Antonio Maceo en el Cacahual. Conserva con celo las fotografías de aquellos homenajes, en las que siempre aparece junto a su abuela, y señala su inmenso parecido con Mariana Grajales.

También recuerda como varios presidentes consecutivos de la República le negaron el dinero que merecía por ser la única sobreviviente a tantos hermanos caídos en las luchas independentistas.

“Tenía un crédito de 1000 pesos asignado para construir su casa. Laredo Brú –presidente de la República entre 1936 y 1940- llegó a decirle que si ella se había sacrificado todos esos años, bien podría hacerlo un poco más y esperar tiempos mejores porque el tesoro de la República estaba en quiebra. Eso, por supuesto, lo hicieron para quedarse con el dinero”, relata Panchita evidentemente ofendida.

Cuando Dominga de la Calzada, la última de los Maceo, murió, el presidente Batista fue al velatorio en su casa. Había una imagen que conservar a pesar del abandono que Dominga había sufrido esos últimos años. Panchita recuerda haberlo conocido en aquella ocasión. El entierro fue una expresión multitudinaria de gente que acompañó el féretro tanto en La Habana como en Santiago de Cuba, donde finalmente fue enterrada junto a su madre y su hermana en Santa Ifigenia.

Foto: Cortesía de las entrevistadas.

Las otras Marianas… las de hoy

A veces, los niños que saben de sus antepasados le preguntan a Panchita cómo eran Maceo o Mariana. Dan por supuesto que ella, siendo bisnieta y sobrina nieta, tuvo que conocerlos. Panchita me cuenta esto con una sonrisa nostálgica, lamenta no haberlo hecho. “Imagínate… qué más quisiera yo. Pero al final una siente el orgullo de pertenecer a una familia tan grande y tan valerosa”.

Aunque no los llegara a conocer y ni siquiera lleve sus apellidos, Panchita es una Maceo Grajales de la cabeza a los pies. Su hija Marta comparte mucho de esta herencia.

Panchita solo estudió hasta sexto grado, pero se las arregló para especializarse en mecanografía y taquigrafía. Muy joven se casó con José Vecino, un hombre del que estuvo siempre completamente enamorada y con quien tuvo dos hijas.

“Era un guajiro cepillado, muy bonito, caminaba por La Habana como un dandy, tanto que las mujeres me lo querían quitar. Pero yo también era bonita, hacíamos muy buena pareja. Aquí tengo puesta su foto. Nunca más me casé después de su muerte, le guardé fidelidad. Para mí el único hombre que existió fue ese”, me cuenta aún enamorada.

 

Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.

Ya casada empezó a trabajar como secretaria en el Ayuntamiento de La Habana y luego fue asistente de Alberto Alonso, uno de los fundadores de nuestro Ballet. Cuando este salió de Cuba quedó como secretaria de la Escuela de Ballet, ubicada en L y 19, donde permaneció por más de 40 años y coincidió con Alicia Alonso, Aurora Bosch, Josefina Méndez, Mirta Pla y Loipa Araújo. Fue testigo y protagonista del surgimiento y evolución del Ballet Nacional de Cuba.

Durante todo ese tiempo mantuvo además un trabajo como modista que la mantenía a ella y a sus hijas después de quedar viuda. Mezclaba días de datos, cifras y papeles en la Escuela, con noches y madrugadas de telas y costuras: todo para lograr mantenerse, para nunca tener que pedir y, por el contrario, ayudar a todo el que la necesitara.

Su hija Marta también buscó un camino en la vida bien pronto, que le permitió a Panchita jubilarse cuando rondaba los 50, aunque siguió trabajando como modista por varios años más.

No sin esfuerzos, Marta Vecino se convirtió en la primera fotógrafa mujer de la fílmica de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Allí retrató desde las filmaciones de la serie Algo más que soñar, hasta escenas de la guerra de liberación en Angola. Luchó por abrirse un espacio en un mundo donde por mucho tiempo los hombres tuvieron privilegios, y lo consiguió. Aún hoy, con más de 60 años, desanda coberturas como fotorreportera de la revista Bohemia e intenta construir un archivo, lo más completo posible, con información y fotografías existentes sobre su tatarabuela.

Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.

Tanto Panchita como Marta son mujeres acostumbradas a no rendirse, a echar pa’lante sea como sea. Prefieren, además, no andar divulgando quién es su bisabuela o tatarabuela. “Las cosas hay que ganárselas por uno mismo y no por quiénes sean tu familia”, sentencia Marta.

Dicen lo que creen tal como lo piensan, sin pedir permisos ni disculpas. Están seguras de que son honestas, honradas y, por tanto, pueden hacerlo. Recuerdan con su modo de ser y algunos rasgos físicos a Mariana. Están orgullosas de ello, aunque no lo proclamen.

“Mariana era mucha Mariana…”, me dice Panchita refiriéndose al carácter y la entrega de su bisabuela y coincido con ella; pero también porque le heredó una parte importante de lo que fue a los descendientes que dejó en el mundo. En cierto modo, Panchita y Marta son Marianas de estos tiempos. (Fuente: Cubadebate)

 



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