Injustificada histeria anti-rusa

Editado por Jessica Arroyo Malvarez
2018-03-28 12:46:36

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Por Guillermo Alvarado

En los últimos tiempos, pero sobre todo desde que Estados Unidos estafó al mundo con el cuento aquel de las armas de destrucción masiva en manos de Iraq, se extiende el peligroso hábito de muchas potencias occidentales de utilizar meras acusaciones para provocar actos hostiles contra gobiernos no gratos a sus intereses, sin que medien pruebas, juicios o manera alguna de comprobar la veracidad de las cosas.

Ejemplo de eso es lo que ocurre con Rusia desde que el Reino Unido, sin ofrecer nada más que palabras, acusó al gobierno de Vladimir Putin del envenenamiento con una sustancia neurotóxica del ex doble espía Serguei Skripal y su hija Yulia, hecho ocurrido en la localidad británica de Salisbury.

Skripal trabajó simultáneamente como agente para Moscú y Londres hasta que fue detectado y sancionado en Rusia y en la actualidad vive en el Reino Unido.

Desde que se conoció el caso la primera ministra Theresa May acusó tajantemente a Putin del atentado, pero hasta el momento no ha ofrecido ninguna prueba, no se conocen los resultados de las investigaciones, tampoco hay un solo detenido y se negó a entregar a la Federación Rusa una muestra del tóxico para su estudio, como establecen los tratados internacionales.

No obstante, la simple acusación de la jefa de gobierno ha provocado una avalancha de actos contra el país euroasiático, que crece por minutos como la clásica bola de nieve que rueda por la ladera de una montaña, haciéndonos recordar los días más tristes de la llamada guerra fría.

En un primer momento el ejecutivo británico ordenó la expulsión de 30 diplomáticos rusos, lo que es desmesurado si se toma en cuenta de que no hay absolutamente nada que sustente la versión de que fue Rusia la responsable del ataque.

Pero desde inicios de esta semana las sanciones recrudecieron y resalta entre ellas la pantagruélica decisión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de expulsar a 60 funcionarios rusos y cerrar el consulado en Seattle, con el absurdo pretexto de que esa ciudad está cerca de una base de submarinos y de las instalaciones de la fábrica de aviones Boeing.

Al menos 20 países se sumaron inmediatamente, entre ellos la mayoría de los miembros de la Unión Europea. Todo ello, repito una y otra vez, sin que existan pruebas de las acusaciones que lanzó Theresa May, y a pesar de la disposición de Putin de colaborar en los esfuerzos por esclarecer cómo ocurrió el atentado.

El portavoz del Klemlin, Dimitri Peskov, lamentó esta manera disparatada de occidente de conducir las relaciones internacionales, reiteró que su país nada tiene que ver con el caso y advirtió que se tomarán las medidas correspondientes ante pasos abiertamente inamistosos.

Es como si de pronto una epidemia de rusofobia se hubiese apoderado de los dirigentes de las principales potencias occidentales. Y les recuerdo, amigos, que el término fobia no sólo significa odio como piensan algunos, sino que también miedo y eso nos deja abierta una pregunta para responder en próximos trabajos. ¿A qué, exactamente, le tienen tanto miedo Estados Unidos, la OTAN, y la Unión Europea respecto a Rusia?



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