
Foto: Leipzig del Carmen Vázquez
Por: Leipzig del Carmen Vázquez García*
Aquella madrugada del 26 de julio de 1953, en la penumbra que precede al amanecer, la ciudad, de Bayamo, custodiada por siglos de historia, respiró el silencio tenso de quienes aguardan el cambio.
Este municipio de la cálida región oriental cubana, fue escenario de una hazaña que marcó con letras de coraje, el inicio de la lucha contra el régimen de Batista.
En un hospedaje discreto, apenas a tres cuadras del cuartel Carlos Manuel de Céspedes, una veintena de jóvenes ajustaban los últimos detalles del plan.
Eran hombres de La Habana, la mayoría desconocidos en la ciudad, valientes forasteros cuya identidad se fundía en el anonimato de la clandestinidad.
Las armas llegaron escondidas en maletas, bajo la apariencia de una delegación de comerciantes. La noche anterior, el propio Fidel Castro había repasado cada paso, sincronizó sus relojes y alistó el espíritu de aquellos que, sin más convicción que la de hacer patria, se jugaban la vida por una Cuba libre.
El objetivo era claro, tomar el cuartel Carlos Manuel de Céspedes, dominar los puentes sobre el río Cauto, el más grande de Cuba y cortar las vías de comunicación terrestre hacia Santiago.
Si todo salía bien, el asalto a Bayamo sería el escudo que evitaría el envío de refuerzos a los cuarteles capitalinos. La estrategia era audaz, pero el factor sorpresa era la única ventaja.
Los jóvenes, muchos apenas mayores de veinte años, soñaban con aquel amanecer, que sería el origen de un levantamiento popular, tal como se había dispuesto.
A las 5:15 de la mañana, la hora fijada, todo cambió. El hombre que conocía todo dentro del cuartel y estaba vinculado al grupo, no regresó. Su ausencia dejó el plan al filo de la navaja, pero no detuvo la determinación de Raúl Martínez Ararás y sus compañeros.
El tiempo apremiaba; la inminencia del amanecer era un enemigo silencioso. Decidieron avanzar, a pesar de la incertidumbre, a pesar del miedo.
Cruzaron la cerca bajo la niebla, pero un ruido traicionó su silencio. El tiroteo se desató. Las carabinas y pistolas abrieron fuego, y la oscuridad se iluminó con destellos de balas y gritos de orden.
Lograron llegar hasta el patio interno, abriéndose paso con astucia y valentía, pero la superioridad en número y armas de la tropa batistiana era abrumadora.
El sol asomó y la desventaja se hizo insalvable. El jefe del comando ordenó la retirada. Nadie cayó en el tiroteo, pero diez serían luego torturados y asesinados por la guardia, en un acto de barbarie que dejó a la ciudad congelada en el horror y el dolor.
Bayamo, que esa noche dormía ajena a la agitación revolucionaria, despertó con la noticia del asalto; un hecho que, aunque culminó en un revés táctico, dejó marcada la fecha como el inicio de una lucha que solo acabaría con la victoria de 1959.
La ciudad, cuna del himno y símbolo de rebeldía, fue testigo ese día de un sacrificio que alimentó la llama de la resistencia y la esperanza.
Los jóvenes asaltantes no tenían ni un centavo de gloria: dejaron apenas sus nombres, su coraje y una lección de amor por la patria. Cada 26 de julio, al alba, las calles de Bayamo recuerdan el eco de aquellos pasos urgentes, en la madrugada que se negó a ser oscura para siempre.
En cada rincón de esta ciudad, la memoria de la rebeldía sigue viva, recordando que la libertad es un sueño por el que vale la pena luchar, incluso cuando las probabilidades están en contra.
La ciudad, cuna del Himno Nacional y referente de la historia patria, respira un orgullo especial cada 26 de Julio.
*corresponsal de Radio Habana Cuba en Granma