Valoraciones preliminares sobre las elecciones en Estados Unidos

Editado por Pedro Manuel Otero
2018-11-13 09:53:21

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Foto/La Voz

Por Ramón Sánchez Parodi

No se produjo la “marejada azul” que en los primeros meses de campaña predijeron muchos comentaristas y políticos estadounidenses y es usual que en estas elecciones de mitad de mandato presidencial asi suceda y el partido que ocupa la Casa Blanca sufra pérdidas en el Congreso federal.

Así ha acontecido con las presidencias de Clinton, W.Bush y Obama.

Se cumplieron los pronósticos generales: el Partido Demócrata incrementó su bancada en la Cámara de Representes y, con ocho distritos aun por certificar el resultado final de la votación, debe asegurar una mayoría de 226 escaños demócratas contra 203 republicanos, una ganancia neta de 29 cargos en comparación con los que ocupaban hasta las actuales elecciones.

El Partido Republicano logró asegurar y hasta ampliar en tres (y casi seguro en cuatro) miembros su actual mayoría en el Senado; ganan los escaños de Missouri, Indiana y North Dakota, pierden el de Nevada pero logran mantener el de Arizona, que había quedado abierto por el retiro de Jeff Flake. Hasta redactar estas líneas todo parece indicar que en el caso de la contienda en Florida entre el titular Bill Nelson, demócrata, y el republicano Rick Scott, será necesario un recuento mandatorio de los votos, dado que la diferencia entre ambos es del 0,5% de los votos.

En las elecciones de los gobernadores de los estados, el Partido Demócrata logró sustanciales avances, al ganar los cargos en seis estados: Nevada, New México, y Kansas, donde el titular republicano no concurrió a la reelección y en Wisconsin e Illinois, donde fueron derrotados los titulares republicanos. Aun así, una mayoría de los gobernadores (27 de 50), pertenecen al Partido Republicano.

Debe destacarse que con la incorporación de Wisconsin a los gobiernos estaduales bajo control demócrata (y hecho que se refleja también en la elección de senadores), ese partido tiene la influencia mayoritaria sobre la franja de estados limítrofes con Canadá, desde Minnesota hasta Maine.

Solo se escapan a dicho control los senadores de Ohio y New Hampshire. Tres de estos estados, Wisconsin, Michigan y Pennsylvania (que desde 1992 hasta 2012 votaron siempre por el candidato presidencial demócrata), aportaron en 2016 los 46 votos electorales necesarios para la victoria de Trump en 2016. Casi todos forman parte del llamado cinturón del óxido (rust belt).

Desde el punto de vista electoral, las gobernadoras y cuerpos legislativos de los estados juegan un papel primordial en la delimitación del territorio de los distritos electorales de los estados, lo cual corresponde volver a fijar a partir de los resultados del Censo que se efectuara en 2020 y que entrarán en vigor para las elecciones de mitad de mandato de 2022. Las reglas que se fijen por los estados pueden tener un efecto en las elecciones debido a la práctica usual de ajustar arbitrariamente dichos límites para favorecer electoralmente a uno u otro partido, lo cual se conoce en los Estados Unidos como “gerrymandering” y que he traducido como “salamandrismo”.

Es inevitable que en lo adelante y durante el resto de su mandato presidencial, Donald Trump confrontará una más activa y efectiva oposición por parte del llamado poder legislativo (al menos en la Cámara de Representantes), en la tramitación y aprobación de proyectos de ley y de decisiones que deban contar con la aprobación del parlamento, como sucede con el nombramiento de funcionarios de alto rango gubernamental.

Tal como están las cosas, es altamente improbable que se prouzca en la Cámara de Representantes una propuesta de enjuiciamiento (impeachment) a Trump, a no ser que existan fuertes evidencias o contundentes pruebas de una conducta impropia por parte del mandatario norteamericano. La propia Nancy Pelosi ha expresado que ese punto no debe constituir una prioridad de la Cámara de Representantes.

Una primera consecuencia de estos resultados electorales es que no se producirá un compás de espera en la actividad electoral. En la práctica ya ha comenzado la campaña para las elecciones de noviembre de 2020 lo que regularmente no ocurriría hasta abril de 2019 con la formalización ante la Comisión Electoral Federal de las primeras aspiraciones a la nominación como candidatos presidenciales.

Trump había anunciado desde meses atrás que aspirará a la reelección. A juzgar por lo turbio que está el panorama político electoral en estos momentos, la incógnita a despejar es sí habrá algún otro aspirante por el Partido Republicano, aunque es una hipótesis con poco fundamento. En cuanto al Partido Demócrata, debe pasar algunos meses (y mucho análisis sobre los resultados de la recién concluida campaña electoral), antes de que se manifiesten formalmente quienes aspirarán a la candidatura por el Partido Demócrata.

Por lo pronto, el foco de atención de los demócratas estará centrado en proyectar cómo ejercer la presidencia de la Cámara de Representantes y su papel en la conducción de las tareas legislativas en su condición de partido mayoritario, a partir de la instalación del nuevo Congreso el 3 de enero de 2019. La más importante decisión que deben tomar es la designación del Presidente de la Cámara (Speaker, según su denominación en inglés).

Desde 2006 y hasta que los demócratas perdieron la mayoría en la Cámara en las elecciones del 2010, el cargo (tercero en la línea de sucesión del Presidente de la nación) correspondió a la representante por California, Nancy Pelosi, cuyo desempeño fue criticado desde las propias filas demócratas y por la oposición. Pelosi es una experimentadísima y habilidosa política, nacida en 1940, que toda su vida profesional ha estado dedicada a la actividad parlamentaria. Su orientación política es esencialmente liberal.

Entre otras muchas cuestiones que definen su actitud, debe señalarse que dio apoyo a las iniciativas de Obama sobre la “normalización” de relaciones con Cuba y se ha declarado públicamente a favor de la eliminación del bloqueo a Cuba.

Se afirma que en estas elecciones a mitad de mandato presidencial han sido las que más atención y entusiasmo han despertado de todas las celebradas hasta la fecha, pero lo que sí está demostrado es que si de elecciones congresionales se trata han sido las más costosas en la historia nacional.

El Center for Responsive Politics (CRP)calculaba a mediados de octubre pasado que el costo total sobrepasaría los cinco mil doscientos millones de dólares, incluyendo el dinero gastado por los candidatos, los partidos, los comités de campaña, los PACs y los grupos periféricos. Y posiblemente la cifra final sea superior a la que estima el CRP Los demócratas superarán en gastos a los republicanos en unos 300 millones de dólares. Solo dos elecciones congresionales se han acercado a esos niveles de gastos, las de 2010 y las de 2016, con cifras que llegan a los cuatro mil millones de dólares, ajustadas por los índices de inflación.

Estas altas inversiones en la campaña electoral ha tenido un efecto directo en la concurrencia a las urnas, que aunque inferiores a las de una elección presidencial, se estima por el New York Times que podrían haber sobrepasado 114 millones de votantes, muy por encima de las de 2014 (83 millones) y 2010 (91 millones). Influye además el mayor interés mostrado por mujeres, latinos, negros y jóvenes, cuyos niveles de preferencias son mayores por los candidatos demócratas.

Por el momento, los movimientos de estas capas de la población no tienen vida orgánica propia fuera de límites locales y son canalizados acorde con los intereses de los mecanismos creados por los profesionales de la política electoral.

Veremos cómo se comportan estos factores ante los nuevos retos y desafíos que imponen las exigencias del próximo proceso electoral.

Antes de concluir, una breve referencia a la participación de los llamados “cubanoamericanos” en estas elecciones. Como es conocido, el foco principal de participación de votantes de origen cubanose concentra en Florida y particularmente en el condado Miami-Dade.

Se trata de tres distritos ubicados en el extremo sureste de Florida, situados entre la costa Atlántica y los Everglades y que comprenden básicamente el territorio del Area Metropolitana de Miami y muy particularmente el condado Miami-Dade Estos tres distritos electorales fueron creados como resultados del Censo 2010, tomando como base los antiguos distritos 18, 21 y 25, por los que habían sido elegidos por última vez los congresistas de origen cubano: Ileana Ros-Lehtinen, Lincoln Díaz Balart y Lincoln Diaz-Balart.

Pero en estas elecciones se ha producido un viraje. Los titulares de origen cubano y de filiación republicana en los distritos 26 y 27 fueron derrotados por políticos que no tienem ni origen cubano ni origen latino y cuya filiación es demócrata. En el distrito 27, la periodista María Elvira Salazar que debía suceder a la retirada Ileana Ros-Lehtinen, perdió frente a la demócrata Donna Shalala y en el Distrito 26, Carlos Curbelo fue derrotado por Debbie Murcasel-Powell. Solo sobrevivió Mario Díaz-Balart en el distrito 25.

Otros datos confirman esta aseveración. En la elección para gobernador, el candidato demócrata Andrew Gillum obtuvo en Miami-Dade, 478,890 votos para un 59,9% del total, mientras su oponente, Ron de Santis, recibió 311,701 votos, el 39%. En el caso del Senado, igual. El demócrata Bill Nelson llegó a 485,044 votos; un 60,6%, mientras que el republicano Rick Scott se tuvo que conformar con 315,948 votos; el 39,4%. Indica que el llamado voto de los “cuban americans” no es mayoritario ni ejerce influencia fuera de su grupo; es un voto cautivo reoublicano, encerrados en las fronteras de Miami-Dade.

Todo lo anterior es evidencia (que realmente no es nueva) de que el llamado “voto cubanoamericano”, entendido como el “anticubano”, no es ni decisivo ni efectivo, ni influyente sino más bien una “pantalla” para adjudicar a otros la agresividad permanente del gobierno de Estados Unidos. La verdadera generación de la política estadounidense hacia Cuba se fundamenta en el interés imperial de Washington. Vale recordar que fue Ronald Reagan, aún desde antes de empezar a ejercer su primer mandato presidencial, quien dio “carta de ciudadanía” al término “cuban american” al crear la mal llamada Cuban American National Foundation.

Una reflexión a modo de despedida:

El desenvolvimiento y los resultados de las elecciones de mitad de mandato presidencial nos enseñan que el sistema político electoral norteamericano está en crisis porque es incapaz de buscar solución a los problemas de seguridad social, de atención a la salud, del acceso a la educación, del fin a la violencia insensata que destruye a cada momento decenas de vidas, del maltrato, derroche y destrucción de nuestro medio ambiente, de las amenazas de guerra y exterminio de naciones enteras, cuya solución afecta al 99% de la población (unos 323, 4 millones de personas en 2018) que solo recibe la mitad de la riqueza producida en el país, mientras el 1% de los habitantes (unos 3,3 millones de habitantes) se apropia del 50 % de las riquezas del país y son los que generan esos problemas sin solución, ninguno de los cuales les significa un conflicto con su maneta dee vivir, por el contrario se aprovechan de esa situación para gastar el grueso de los 5 mil millones dólares invertidos en las recién concluidas elecciones.

Se elegirá a no a uno u otro político, pero todo será en balde hasta que no se coloque en primer lugar de la acción política de ese país alcanzar la dignidad plena del ser humano.

(Tomado de Cubadebate)



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