Cuba: La masacre de Peladero

Editado por Maria Calvo
2023-03-02 07:46:04

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Ejército Rebelde

por la Maestra en Ciencias Maida Millán Álvarez

La consolidación del núcleo guerrillero en la Sierra Maestra durante 1957, tras los primeros combates victoriosos de la tropa rebelde, provocó que se desinflara la mentira del régimen de Fulgencio Batista sobre la aniquilación de la guerrilla.

Por el contrario, se fortalecía con el apoyo irrestricto y creciente del campesinado serrano, que poco a poco formó parte de la base social del grupo revolucionario.

La victoria rebelde en Uvero (1) trascendió a toda Cuba y más allá de sus fronteras dejando en ridículo al régimen dictador, por lo que el tirano exigía una “venganza” inmediata y contundente contra el Ejército Rebelde y los campesinos, fundamentalmente de los lugares donde operaba la guerrilla, a quienes servían de apoyo vital.

Una cruel represión tuvo lugar hacia los pobladores de la localidad del Peladero, El Majá, Chivirico, El Papayo y Uvero, entre otras comunidades cercanas. Muchas familias perdieron a sus hijos, animales, sembrados y hasta los bohíos fueron quemados o destruidos. Remigio Guerra Sánchez, quien sufrió estos atropellos, nos dice: “Eso era así, mi hija; llegaban y te maltrataban, te golpeaban y muchas veces le prendían candela al rancho y si no andaba apurao’ hasta lo hacían con to’ adentro”.

Otro campesino serrano, Joel Pardo Guerra, Pardito, en entrevista con esta autora señala: “Ya mayorcitos vimos y sentimos la humillación de esa gente que daba golpes por gusto. No se podía ir ni a una fiestecita, porque llegaba la Guardia Rural a acabarla a planazos, por nada. Esas situaciones nos hacían más rebeldes y más decididos a terminar con aquello”.

Y así fue. La familia campesina de los Pardo Guerra, oriunda de esos predios, sufrieron la crueldad y los abusos del régimen. Desandaron una y otra vez, de un lugar a otro, al ser desalojados o quemados sus bohíos. Con casi nada para sobrevivir y varios hijos pequeños, enfrentaron el hambre y las epidemias.

Pero se impusieron a la dureza de cada momento y sus hijos se convirtieron en verdaderos leones. Ellos, al igual que otros muchos, son dignos ejemplos del campesinado cubano de la época.

Siete de los hermanos Pardo Guerra se convirtieron en combatientes rebeldes y contribuyeron a que, como dijera el Ernesto Che Guevara en su libro Pasajes de la Guerra Revolucionaria, “la guerrilla se vistiera de yarey”.

Los padres de estos combatientes, Eufrocina Guerra Ortega, Cuta, y Manuel Pardo Velázquez dieron una correcta educación a sus hijos basada en el amor a la patria y la justicia, al tiempo que fueron ejemplos como destacados colaboradores de la guerrilla.

Israel Pardo Guerra, el mayor de todos, fue el primero en unirse a la tropa rebelde. Su bohío se convirtió en el primer hospital de campaña donde el Che asistiera a los heridos del combate de Uvero, entre los que se encontraba Juan Almeida.

Otros hermanos le siguieron: Joel, Ramón y Benjamín, Mingolo y más tarde los otros tres, hasta completar siete. Sobre ellos dijo el Che: “Con los Pardo yo hago una revolución”.

A través de Israel y aún cuando se encontraba al cuidado de los heridos, el Che contactó con David Gómez Pliego, administrador de una finca que se encontraba a escasos 15 kilómetros de Uvero, y le pidió ayuda con algunas medicinas que eran necesarias para el funcionamiento del hospital de campaña.

David cumplió con somera responsabilidad la encomienda del Che, por lo que el jefe guerrillero decidió crear una célula revolucionaria y encargarle tan importante tarea. De inmediato aceptó y la organizó con los trabajadores de la finca, a la que sumó a algunos campesinos de los alrededores.

Creada la célula de Peladero se le asignó como actividad fundamental el suministro de víveres y medicinas a los rebeldes. A David, quien contaba con alguna confianza por parte de los batistianos, le era más fácil el tráfico de las vituallas.

La tiranía trató a toda costa de cortar los abastecimientos a la Sierra y ante sospechas, el 25 de julio de 1957 detuvieron a David y fue conducido a Uvero, donde resultó torturado salvajemente.

De inmediato la tiranía ordenó al capitán Merob Sosa avanzar sobre la zona de Peladero al frente de una fuerte tropa de 250 soldados bien armados y entrenados en lucha contra guerrillera por las boinas verdes estadounidenses.

De mucha crueldad fue el accionar en este territorio del esbirro Merob Sosa. Entre el 31 de julio y el 6 de agosto de 1957 comenzó a operar en la zona de la finca Peladero y la barriada del Majá, que se encontraba ubicada a unos 15 kilómetros de Uvero. Saqueó, incendió, apresó y torturó salvajemente hasta aterrorizar en la zona.

Los comentarios de tales barbaries iban de boca en boca entre la vecindad. Se hablaba del atropello contra unos campesinos que agrupaban en una loma muy cerca de la costa. “Nadie se atrevía a averiguar na’, imagínese, había miedo. ¿Usted sabe cómo es eso? De cualquier cosa venían y te entraban a plan de machete y hasta podían matarte (…) la gente solía decir: ¿qué pasa si Sosa pasa? Era del cará”.

Manuel Pardo, padre de la familia, también había sido apresado y conducido al lugar. Cuta conoció de lo sucedido y salió en su búsqueda junto a dos hijas: Josefa y Alicia, la más pequeña. Enfrentó a Merob Sosa pidiéndole que le entregara a su esposo.

El esbirro que, por demás, estaba temeroso por tratarse de un español, cedió ante la firmeza de esta mujer y lo dejó libre. Manuel estaba muy golpeado. Años más tarde, la madre de los Pardo Guerra relata en una entrevista que Merob Sosa le dijo: “¡Oiga vieja, dígale a sus hijos que se entreguen, porque les va a pasar como a esos que están allí, achicharrándose!”.

Los cuerpos ardían bajo las llamas al ser incendiados. Días antes los habían agrupado en el lugar, cada vez asestaban con más fuerza las golpizas y torturas que se hacían inhumanas. Catorce campesinos fueron masacrados y quemados. Los cadáveres que habían sido regados por distintos lugares de El Majá, yacían en las cunetas devorados por los animales.

Este hecho, el más repugnante cometido hasta entonces en esa zona, pasó a la historia como la Masacre de Peladero.

Merob Sosa, autor directo de este crimen, acostumbrado a engañar a la jefatura de la tiranía con partes de guerra ficticios sobre combates que no existían, volvió a mentir. Mediante un parte oficial , que sería publicado por la prensa de la época el 3 de agosto de 1957, informó que como resultado de los choques del ejército con los rebeldes en la finca de Peladero resultaron muertos 10 insurrectos.

En realidad, ese día no hubo combates y tampoco muertos, aunque ya había dictado sentencia contra 10 campesinos apresados, pero que aún estaban vivos. Fue el 6 de agosto cuando los asesinaron, y no solo a los 10 anunciados en el parte oficial, sino a 14.

Josefa Pardo Guerra recuerda ese momento de la siguiente manera: “Bajamos para la orilla de la playa, a mi papá lo tenían ahí, lo habían golpeado, me acuerdo que nos pusieron en una hilera así a la orilla del mar, con unas metralletas así, detrás de nosotros, parece que la intención de ellos era habernos matado a todos ahí.

“Y llega el gordo aquel, el Merob Sosa aquel, muy planchadito, con una cadena de oro así, con una pierna subida así pa’ arriba y viene uno y le dice, que estaba la señora del gallego que tenían ahí y señaló pa’ mamá. Papá estaba muy golpeado, tenía costillas partidas, y de ahí mi mamá le dijo unas cosas y, bueno, nos fuimos”.

Alicia Pardo Guerra, quien también acompañó a su mamá nos refiere: “Cuando veníamos, habían matado a muchos campesinos, y caminando así, al lado de la carretera estaban tirados y nosotros íbamos a mirar y mi mamá nos decía, no, no, no miren pa allá, ni miren pa allá. Y se salía el humo, porque ahí a unos cuantos les habían prendido candela, fue muy triste todo lo que pasamos en esa época”.

Este hecho, censurable por su bestialidad, presupuso una importante disyuntiva para el naciente Ejército Rebelde: demostrar a los campesinos que no permitirían desmanes al ejército de la dictadura.

De tal manera, Fidel Castro comprendió que lo mejor era atacar a las tropas de la dictadura en la Sierra y propinarle derrota tras derrota, entonces los campesinos depositarían toda su confianza en ellos y dejarían de temer al enemigo.

A solo dos semanas de la masacre de Peladero, el 20 de agosto de 1957, los rebeldes atacaron a las tropas de la tiranía en un lugar conocido como Palma Mocha. Al igual que en Uvero y La Plata, Fidel dirigió las acciones con una fuerza de alrededor de 50 hombres.

Se combatió contra unos 100 soldados pertenecientes a la Segunda Compañía del Primer Batallón del regimiento de artillería, que estaba bajo el mando del capitán Juan Moreno Bravo, quien había dirigido una de las pequeñas unidades enemigas que combatiera contra los expedicionarios del Granma en Alegría de Pío.

Desde el punto de vista estratégico, este combate hizo que el enemigo perdiera su agresividad y se le arrebató la iniciativa, frustrándose el plan general ofensivo concebido en ese momento por la dictadura. No sería hasta el mes de noviembre cuando los mandos militares del tirano Batista podrían volver a lanzar otra ofensiva contra la Sierra Maestra y de nuevo serían derrotados.

Para entonces, los seis hermanos Pardo Guerra formaban parte de la tropa del Che, incluso combatían juntos en una escuadra de la cual Israel era el Jefe. Fidel haría referencia a estos hermanos; fue en los días en que se preparaba el segundo combate de Pino del Agua, cuando comenzaron a concentrarse los combatientes rebeldes.

A la llegada de Fidel, el Che llamó a Manuel Pardo (hijo) y lo presentó al líder de la Revolución. “Mira, este es otro Pardo”. Fidel lo miró fijo de arriba abajo, miró toda la tropa y fue reconociendo a cada uno de los hermanos, tomó el tabaco entre sus dedos, expulsó una amplia bocanada de humo y satisfecho le dijo al Che: “Bueno, ya aquí tengo a todos los Pardo Guerra; creo que no quedará ninguno que no esté junto a nosotros aquí en la Sierra Maestra”.

Israel Pardo, que estaba muy cerca, le dijo a Fidel: “Este no es el último. Queda uno, tiene 13 años, pero si esto sigue ¡también sube a pelear!”. Israel se refería al más pequeño, Eduardo, quien se incorporó a la tropa rebelde a la caída en el combate en Dos Palmas de su hermano Benjamín.

Al respecto de la caída de Mingolo, recuerda Eduardo que estaba en un montoncito de yuca cuando vio subir a su papá agitado, sudado, con el machete a la cintura y un saquito al hombro y le dijo:

“Ayer mataron a tu hermano Mingolo en el cuartel de Dos Palmas. Preséntate a Fidel, al Che, Almeida o a Israel, al primero que te encuentras y dile que tú vas a cubrir por Mingolo. Aunque eres un poco muchacho, lo sabrás hacer con la misma valentía. Tu sangre es Pardo Guerra, como la de tus hermanos.

Otro tanto, según cuenta Eduardo, le dijo Cuta: “¡Tú prepárate pa’ ocupar el puesto de tu hermano!”.

Así reaccionaron los padres de una numerosa familia que formaron en los más estrictos valores de decencia y altruismo en medio de desalojos y carencias. Sobre Eufrocina expresó Fidel: “Aquí tenemos a una Mariana Grajales de esta época”.

Traer a colación este pasado no resulta pueril, se torna imprescindible ante algunos agoreros del imperialismo que se afanan en limpiar hasta lo angelical la imagen de un ser astuto y sin escrúpulos como lo fue el dictador Batista y arremeten contra la Revolución y sus líderes.

También es necesario para quienes sucumben ante la propaganda malintencionada de los enemigos que quieren retrotraer la patria a patio de desahogo del vicio y las apetencias de los círculos de poder del imperio.

Recordar la masacre de Peladero, un hecho poco divulgado, es sobre todo rendir homenaje a la sangre campesina derramada por la patria. (Tomado de PL)

 



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