
Embajada de Cuba en Washington
Por: José Ramón Cabañas Rodríguez*
Por estos días transcurre el décimo aniversario de tres sucesos distintos, pero relacionados, que son parte importante de la historia de las relaciones bilaterales oficiales entre Cuba y los Estados Unidos.
El 1ero de julio del 2015 fue el día en el que se anunció el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambas naciones. El 3 de enero de 1961 Washington rompió los vínculos formales con Cuba, como parte de la primera etapa del enfrentamiento contra la Revolución cubana que desembocara en la invasión por Playa Girón. Como resultado de un proceso de negociación iniciado bajo el gobierno de Gerald Ford y que concluyera con James Carter, el 1 de septiembre de 1977 se abrieron oficialmente las llamadas secciones de intereses en ambas capitales. La de Estados Unidos en La Habana estuvo formalmente bajo los auspicios de la embajada de la Confederación de Suiza en esta capital, mientras que la representación cubana en Washington fue asumida primero por la embajada de la República de Checoslovaquia, hasta la escisión de aquella nación, y después pasó también a responsabilidad suiza.
En la nueva situación Cuba reabrió formalmente su embajada el 20 de julio del 2015, en la misma sede donde estuvo su representación diplomática desde 1919, que también acogió la sección de intereses. Estados Unidos dio el mismo paso el 14 de agosto del 2015, ocupando el edificio de la que fuera su embajada desde finales de la época prerrevolucionaria, convertida después en sección de intereses.
Estos actos de reapertura estuvieron cargados de simbolismo oficial y popular. El canciller cubano junto a una amplia delegación de personalidades políticas, artísticas, deportivas, científicas y funcionarios de la Isla asistió a la ceremonia en el inmueble de la Avenida 16, en Washington DC. El entonces secretario de estado, también acompañado de un grupo de ex funcionarios y personalidades estadounidenses estuvieron presentes en el acto que tuvo lugar en el edificio situado frente al malecón habanero.
En otras ocasiones se ha analizado la importancia de esos momentos en la historia, el proceso negociador anterior y las avenidas que se abrieron para ambos gobiernos momentáneamente. Poco se ha dicho, sin embargo, de las vivencias de ambos pueblos, aunque solo se pueda hablar de ejemplos y no sea posible una generalización.
Desde dos años antes del acto formal en Washington, se habían estado realizando un grupo de labores de mantenimiento en el inmueble de la representación cubana, que se aceleraron después de los anuncios del 17 de diciembre del 2014.
Cuando ya había certeza de que tendríamos embajadas en ambas capitales, hubo que plantar un asta en el jardín para izar la bandera cubana en la ceremonia de inauguración y tenerla allí de manera permanente. A pesar de que contábamos con especialistas propios para acometer la tarea, las regulaciones de la ciudad prevén que este tipo de labores las realizan solo empresas certificadas, que ejecutan chequeos del subsuelo para evitar roturas del servicio de abasto de agua, o de conexiones eléctricas. Se manejaron varias opciones de ejecución de los trabajos, hasta que se escogió una pequeña empresa que ofrecía un buen balance entre calidad del servicio y precio.
Su dueño era un orgulloso ciudadano de origen irlandés que asumió todos los detalles con la mayor responsabilidad. El día en que todo estuvo listo para plantar el asta, este pidió permiso al jefe de la misión cubana para proceder y se quitó el sombrero en señal de respeto mientras la pesada pieza de aluminio ocupaba su lugar definitivo. Los cubanos que estábamos a su alrededor sin ponernos de acuerdo cantamos el himno nacional cubano. El modesto empresario se retiró unos metros para no interrumpir la intimidad del momento, pero al percatarnos de que no estaba entre nosotros lo invitamos a acompañarnos y expresó emocionado “me doy cuenta que es uno de los trabajos más importantes de mi vida”.
Parte de las labores de remozamiento tenía que ver con la ruta de acceso de los vehículos al interior de la edificación cubana. Se realizó el mismo proceso de licitación antes descrito y nos decantamos por una empresa constructora experimentada que trabajaba con gran celeridad y precisión, que como muchas otras empleaba a gran cantidad de inmigrantes de origen mexicano. Casi ya al concluir sus trabajos, un grupo de periodistas que todos los días merodeaba alrededor del edificio en búsqueda de exclusivas sobre el próximo suceso, se acercó a uno de dichos trabajadores y le preguntó simplemente a qué se debía tanto movimiento constructivo desde tan temprano en la mañana. Aquel mexicano muy orgulloso de sus orígenes se irguió sorprendido ante el cuestionamiento y comenzó su respuesta diciendo “no sé si ustedes saben que aquí tendrá lugar un hecho histórico del cual me siento privilegiado en participar”. Daba la impresión de ser un sabio azteca dirigiéndose a recién llegados europeos que no conocían su cultura.
Ya el propio 1ero de julio, cuando se hicieron los anuncios del restablecimiento, se acercó a la reja perimetral del edificio de propiedad cubana una señora afrodescendiente, que con visible emoción gritó Congratulations (felicidades) y alzó el puño en señal de victoria. Ella era apenas una de los vecinos de edificios colindantes en la Avenida 16, que en su mayoría comparte los mismos ancestros africanos que los cubanos.
Estas son sólo pequeñas pinceladas anónimas en medio de un torbellino de gestos provenientes de distintos sectores de la sociedad estadounidense, que no observaban límites en la celebración de lo que estaba sucediendo. Fue extremadamente difícil concebir una lista de 572 invitados que asistirían al acto formal en la embajada cubana, teniendo en cuenta la cantidad de interesados y los límites de capacidad de los locales. Algo similar sucedió con la prensa local y extranjera que debió conformarse con cubrir los hechos desde la sede del consulado cubano en la acera contraria a la embajada.
La mayoría de los visitantes en el recinto cubano rindió tributo a la enorme bandera cubana desplegada bajo techo y que fue la misma que se arriara en enero de 1961, que se llevara con orgullo hasta La Habana y que reposara allí a resguardo del Historiador de la Ciudad, esperando pacientemente el momento en que sería mostrada victoriosa de nuevo. La bandera que se izó aquel 20 de julio y que se utilizara sólo esa vez, por reclamo del propio historiador, fue un presente de cubanos residentes en los Estados Unidos que también formaron parte de las celebraciones. Esa bandera fue trasladada en las manos firmes de jóvenes oficiales del batallón de ceremonias de las Fuerzas Armadas cubanas, que la situaron en lo más alto del asta.
Infinidad de fotógrafos profesionales y aficionados esperaban a captar la imagen del día, pero no soplaba viento alguno. Cuando solo unos pocos pacientes se mantenían esperando, la bandera cubana se desplegó en toda su extensión, casi diciendo “mírenme, aquí estoy de nuevo”.
En ese mismo instante, cuando parecía que se había llegado a la cúspide de las emociones, pasó frente al jardín de la embajada un vehículo del servicio de recogida de desechos de la ciudad y uno de sus tripulantes blandiendo un puño por todo lo alto gritó “Viva Cuba”, en español, agregándole un epíteto que no debemos reproducir, pero que le pone alma, corazón y vida a la frase.
Según el protocolo previsto, se pronunciaron discursos como parte de una recepción, que poco a poco fue perdiendo sus tintes de formalidad para dar paso a una suma de abrazos entre líderes religiosos de ambas orillas que estaban convencidos de que Dios había escuchado sus plegarias, empresarios que soñaban con hacer negocios al amparo de la ley, estudiantes que una vez coincidieron con sus pares en Cuba para soñar el futuro, poetas que se empeñaron en escribir nuevos versos binacionales y bilingües, miembros de grupos de solidaridad que durante años apostaron por un acercamiento que los mejores académicos no preveían.
Estas emociones se reflejaron en congresistas y senadores que fueron testigos de ese intercambio humano tan poco frecuente en sus vidas.
Esas raíces profundamente populares del proceso que recién comenzaba fue quizás una de las principales garantías para lograr los éxitos y acuerdos que estaban por suceder. La expresión más alta de todo ese sentimiento genuino tuvo lugar durante el inusitado movimiento humano que se produjo entre ambos países los años 2017, 18 y parte del 19, así como los diversos y masivos festivales culturales sucedidos durante los mismos años, que unieron y reunieron a creadores cubanos y estadounidenses.
Como parte de ese proceso visitaron Cuba cientos de agricultores y directivos de sus gremios, que cuando tenían la oportunidad de ir a un surco con sus pares cubanos no necesitaban traductores. Las semillas, las inclemencias del tiempo y las cosechas eran patrimonios comunes entre ellos. Cientos de científicos, particularmente en el área de la salud, contrastaron sus hallazgos y salvaron a sus pacientes de manera conjunta. Decenas de equipos deportivos infantiles se enfrentaron amigablemente para después compartir gorras, abrazos y frases cortas en el idioma del otro.
En medio de un proceso en que funcionarios y especialistas de ambas partes trataban en sus negociaciones de corresponder con sus resultados al diálogo que tenía lugar entre ambas sociedades, sucedió algo inesperado por muchos y comenzó un proceso de reversión, encabezado por una minoría de oportunistas que actuaron al amparo del primer gobierno de Donald Trump, sobre todo en sus últimos dos años.
Ninguno de ellos podrá afirmar jamás que respondían a un reclamo popular, ni que estaban acompañados en sus fechorías, de entonces y las actuales, por amplios sectores de la sociedad estadounidense y mucho menos la cubana.
Estos tres aniversarios no serán motivo de celebraciones oficiales. Es posible que solo serán recordados en notas de periodistas, o reflexiones de investigadores. Pero en la intimidad de la mayoría de los protagonistas de entonces quizás tenga lugar una reflexión para tratar de comprender por qué unos pocos pudieron contra muchos, o por qué fue posible deshacer de un plumazo algo que requirió tanto tiempo y energías para construir.
* Director del Centro de Investigaciones de Política Internacional (CIPI)