Autismo: Andrea necesita comprensión y amor

Editado por Maria Calvo
2016-07-29 13:01:13

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por Alina M. Lotti

Los padres de Andrea y la abuela discuten mucho. Se respira una armonía familiar difusa. Cada quien quiere imponer —o al  menos hacer prevalecer— sus criterios respecto a la educación de la niña con autismo.

Hablamos de la telenovela La Sal del Paraíso, que por estos días trasmite la televisión cubana;  dicho sea de paso, no con muy buena aceptación, según los comentarios escuchados u otros expresados en esta propia página.

No obstante, hoy no haremos un análisis de este dramatizado sino nos detendremos en el Autismo*, un trastorno que afecta a uno de cada 150 niños en el mundo.

Por ello CubaSí sostuvo un diálogo con las doctoras en Ciencias Pedagógicas, en la mención de Educación Especial, Yaima Demósthene Sterling e Imilla Campo Valdés, quienes se han dedicado a esta enseñanza durante más de veinte años.

Ambas profesoras dejaron por sentado que la literatura especializada contempla el término de Espectro de Autista. Sin embargo, consideraron que se trata de una traducción inadecuada, pues la concepción psicopedagógica cubana defiende en primer lugar a los seres humanos y sus potencialidades. “Por eso lo correcto es decir que son personas con autismo, pues el término autista, por sí solo, resulta peyorativo”.

Pese a las dificultades que estos niños pueden tener en la socialización, en la comunicación y en la conducta —subrayó Yaima— pueden desarrollar tales habilidades desde edades tempranas  a través de acciones pedagógicas sistemáticas, organizadas y dirigidas fundamentalmente a estimular su desarrollo  e insertarse en los diversos contextos educativos.

Al evaluar la actuación de la niña que interpreta el papel de Andrea, Imilla consideró que  “lo está haciendo muy bien”, teniendo en cuenta que en la vida real la pequeña no tiene autismo, pero sí le valió de mucho tener el contacto diario con los alumnos de la escuela especial Dora Alonso, ubicada en Ciudad Escolar Libertad, la cual ella dirigió durante siete años.

Como especialista del Centro de Referencia Latinoamericano para la Educación Prescolar (Celep) afirmó que, seguramente, para los escritores de la novela constituyó un reto concebir entre los personajes a una niña con autismo.

“Fue algo muy significativo y valiente —dijo— porque nuestra sociedad no tiene los conocimientos suficientes acerca de este tipo de personas. Así la novela sensibiliza y permite que la gente comprenda que existen seres humanos diferentes, con determinadas condiciones”.

Abogó por la necesidad de una mayor comprensión hacia estas familias, “que en ningún momento esperaron tener un hijo con autismo y por tanto necesitan comprensión, ayuda, solidaridad. Y en eso, de alguna manera, la novela está contribuyendo. Además, es importante que ellas se vean reflejadas y sepan que no son las únicas.

“En el dramatizado lo que ocurre con la mamá, el papá y la abuela de Andrea puede ocurrir en cualquier hogar donde haya un niño o una niña con esta condición. Hay que ver esto también desde la óptica del optimismo y del humanismo, porque son seres humanos”.

¿Cuándo sabemos que estamos en presencia de una persona con autismo?

Se nace con Autismo —respondió Imilla—. Al principio hay un desarrollo aparentemente normal; sin embargo a partir del año o del año y medio de vida empiezan a aparecer algunos síntomas. En nuestro país se está diagnosticando de manera temprana.  

Al comentar algunas de las características de estas personas manifestó que “prefieren estar solos, se aíslan, no disfrutan compartir con otros pequeños, les cuesta trabajo decir lo que quieren, ríen sin motivo aparente, y tienen llantos muy difíciles de interpretar”.   

Agregó que al principio, y según refieren las familias, las personas con esta condición dicen algunas palabras, que después disminuyen considerablemente y hasta puede desaparecer el lenguaje oral.

“En muchas ocasiones tienen movimientos raros, les gusta ordenar objetos, ponerlos en fila, no le dan a los juguetes su sentido lógico, reaccionan de forma inconstante ante lo estímulos auditivos y sonoros.  A veces mueven las manos, aletean (manerismo), se balancean, hacen carreritas sin metas; es decir pueden correr de un lugar a otro.

“También tienen conductas rutinarias, sin carácter funcional (esterotipia), les gusta hacer todos los días lo mismo y miran de manera periférica (de reojo)”.

En estos casos,  ¿podemos hablar de inclusión?

“El sistema educativo cubano es inclusivo por naturaleza”, apuntó Yaima, especialista del Centro de Referencia Latinoamericano para la Educación Especial (Celae).

 “Inclusión es tener posibilidades y el hecho de que tengamos escuelas especiales no significa que haya exclusión, que sí puede estar presente en las intenciones y actitudes de maestros, directivos, u otras personas.

“Lo esencial es respetar las diferencias, la diversidad, ofrecer los recursos a cada cual según sus necesidades, y no solo los didácticos, sino también los de tipo afectivo.

 “En las escuelas, desde la edad temprana, ellos reciben una educación especializada; se les brindan las herramientas imprescindibles para su estimulación. Pero estas instituciones tienen un carácter transitorio, pues muchos, según sus posibilidades reales, después pueden insertarse en la educación general”.

¿Es posible educarlos?

“Perfectamente, sobre todo cuando la educación se realiza de manera intencionada, propositiva, planificada. En estos casos nada puede dejarse a la espontaneidad. En La Sal del Paraíso hay que comprender a la abuela; su papel es totalmente diferente a la de los padres. Ella desea proteger a la nieta y, entonces, se dan esos conflictos en la familia. Defiendo la idea de crear más espacios donde se traten estos temas, que hoy son comunes en cualquier sociedad”, subrayó Imilla.




(Tomado de CubaSí)



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