De Cuba, su gente: Felices de olvidar sus revoluciones de verdad

Editado por Maria Calvo
2016-07-13 11:07:34

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por  Diana Castaños

Gustavo dice lo que piensa, cuándo y cómo lo piensa. No tiene el filtro de la hipocresía. Se ha pasado toda su vida rehusándose a tenerlo, y siempre ha estado orgulloso de su actitud.

Este viernes se casó su hija menor. Mi familia estuvo invitada a la boda, que fue en la piscina del hotel Las Yagrumas, en San Antonio de los Baños.
La boda empezó muy a lo norteamericano, con vestidos y damas de honor, con copas y bailes pomposos. Tuvo un brindis, en el que habló el padre del novio. Dijo que le deseaba felicidad a los recién casados, que los conocía y sabía que eran una pareja muy especial, dijo que el amor era algo maravilloso, que daba alas para sus miembros…

Ahí mismo se paró Gustavo e interrumpió el brindis.

Se pronunció: Que qué manera era esa de hablar mierda. Que todo adulto presente sabía que el matrimonio era una cosa recondenadamente difícil. Que el mismo había estado casado los 18 años más infelices de su vida. Que había tenido dos hijas de mujeres diferentes, hijas que ahora se odiaban, mujeres diferentes que se odiaban entre sí, y que lo odiaban a él.

-Tener un hijo –mencionó también- es como hacerse un tatuaje en la cara. Y ahora mi tatuaje en la cara va a cometer el mismo error que yo, el mismo error que cometen todos los que se casan. ¿Qué se le va a hacer? Ella es tan ser humano como otro cualquiera y nadie escarmienta por cabeza ajena.

Miré, mientras Gustavo hablaba, las caras de los comensales.  Si hubiera sido una película norteamericana todo el mundo habría tenido la boca abierta por la vergüenza y la ignominia. Pero ahí, en una boda cubana a la orilla de la piscina del hotel Las Yagrumas, la gente estaba encantada por el show. Les era mucho más entretenido que los vestidos pomposos y los arreglos florales sobre los manteles color mamoncillo. Había incluso quien se echaba más vino o más cerveza y no se molestaba en disimular una sonrisa.

-Papi, ¡por favor! –pidió en voz baja la hija de Gustavo.

Entonces Gustavo concluyó (o fue haciéndolo) su diatriba.

-Pido un brindis, señores –levantó la copa, e increíblemente, todos los demás lo secundaron al unísono, algunos con cierta jocosidad.

-Brindemos por la verdad –continuó Gustavo- que nos hará libres.

Todos, quizás excepto los novios, levantaron sus respectivas copas  y brindaron.

Después de ese discurso Gustavo se sentó, satisfecho. Porque, me comentó después, sabía que ya después de ese acto, por mucho que la hija y su flamante nuevo esposo lo intentaron, la boda ya no tendría un ambiente foráneo, de etiqueta, sino uno cubano, de picardía y sinceridad.




(Tomado de CubaSí)



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