Enseñar o no enseñar: he ahí la cuestión

Editado por Martha Ríos
2017-05-29 16:30:06

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La doctora Beatriz Maggi. Foto: Tomada de Juventud Rebelde.cu

Por Madeleine Sautié

A los 93 años de edad ha dejado este mundo la doctora Beatriz Maggi (Las Tunas, 1924) profesora de literatura de varias generaciones de cubanos, voz autorizadísima cuando se habla a escala mundial de la vida y obra de William Shakespeare, autora de numerosos ensayos en torno a las letras universales.

Por ser su obra de obligada referencia no es posible obviar este nombre en quienes han estado cerca de las aulas, recibiendo, o impartiendo contenidos profundos asociados al arte de la palabra.

Fue otra profesora, Katherine Balderston, la que le despertara, en Wellesley, Estados Unidos, hasta donde llegara muy joven a cursar una Maestría en literatura inglesa y norteamericana,  su pasión por el dramaturgo del que fuera después una permanente apasionada.

Así le comenta la doctora al colega Mario Cremata sus impresiones del hallazgo: «Era mi curso favorito, yo me sentaba en primerísima fila, porque quería escuchar y entender cómo Shakespeare contempló al hombre y su época con dos pares de ojos simultáneos».

La cátedra de Literatura del preuniversitario Raúl Cepero Bonilla la vio dirigir a los profesores que la integraban. Allí dejó boquiabiertos, por el resultado docente de los métodos empleados a profesionales que hoy gozan de un renombrado prestigio dentro de las instituciones cubanas.

Junto a profesoras de la talla de Camila Henríquez Ureña, Vicentina Antuña, Mirta Aguirre, Rosario Novoa, Graziella Pogolotti, y ella misma de esa estatura, para Maggi fue un inmenso honor integrar, después de formar parte de otros,  el claustro al que estas pléyades de la docencia insular pertenecieron en la escuela de Artes y Letras de la Universidad de La Habana.

Dada más a dialogar que a impartir contenidos desde su sapiencia, y a provocar el ejercicio del pensamiento, exigente y a la vez flexible, la Maestra había conseguido una disciplina pedagógica que solo el arte de la didáctica puede lograr.

Sin ser en extremo exquisita consiguió que sus estudiantes llegaran al aula, cada vez, con el texto leído, condición imprescindible para que la Literatura pueda ser aprehendida. Enseñar o no enseñar, en eso radicaba la cuestión.

Para Maggi ofrecer verticalmente datos e informaciones en sus clases no significaba instruir. Poner el conocimiento en sus discípulos era para ella hacer que pudieran expresar sus puntos de vista y que «usaran la cabeza».

A la pregunta del inquisidor respondió cómo no le gustaría ser recordada. «No con mala voluntad, con desprecio o burla. Que disculpen mis defectos y errores, y aprecien mis aciertos, si los tuve».

Mientras la maestra de literatura yace hoy en la eternidad, su voz agitará siempre el polvo de las tizas, el bullicio de las sillas cuando un timbre anuncie que empieza o acaba la clase. La voz feliz persiste sin descrédito ni chanza. Tal como ella lo quiso. De otro modo no es posible.

(Tomado del periódico Granma)



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