Por: Guillermo Alvarado
Las fotografías de Juan Guaidó con paramilitares que operan en la frontera colombo-venezolana, así como el acuerdo entre el gobierno de Nicolás Maduro y sectores de la oposición para instalar una mesa de diálogo son pésimas noticias para Washington y sus intentos de derrocar a la Revolución Bolivariana.
A los sesudos conspiradores de la Casa Blanca se les habrá revuelto el estómago cuando se divulgaron las imágenes de su hombre de paja, muy sonriente él, abrazado con varios elementos que forman parte de la banda “Los rastrojos”, dedicada al narcotráfico, secuestro, extorsiones y otras minucias.
Dice Guaidó que “mucha gente” le pide fotografiarse a su lado y que ese día en particular, cuando salía clandestinamente de Venezuela para asistir a la mascarada del envío de ayuda “humanitaria” desde Colombia, con concierto incluida, se cruzó con cientos de personas.
Es muy difícil que un político, aunque sea uno de su clase, se deje fotografiar junto a un sujeto armado al que supuestamente no conoce.
La verdad es que Los Rastrojos fueron el grupo encargado por los aliados de Guaidó para extraerlo de Venezuela y pasarlo –ilegalmente, recordemos- a Colombia, lo que significa que en la trama había implicados funcionarios de todo nivel de Bogotá y, sin duda, no pocos de Washington, lo que no ha sido abordado por la gran prensa occidental que piadosamente borró el tema de sus titulares lo más rápido que pudo.
Pero, además de las malas compañías y el mal hábito de fotografiarse con ellas, digo, si fue un hábito y no una imposición de sus “acompañantes” vaya uno a saber con qué propósitos, el autoproclamado “presidente encargado” tiene otros asuntos de qué preocuparse.
El más grave para él fue la firma de un acuerdo entre el legitimo gobierno de Nicolás Maduro y algunos sectores de la oposición política para iniciar un proceso de diálogo destinado a superar la crisis por medios pacíficos.
Lo pactado incluye el retorno de los diputados chavistas a la Asamblea Nacional y la invitación a sumarse a las conversaciones a quienes adversan la violencia y no aceptan una intervención militar foránea.
Ya Guaidó había perdido su credibilidad con sus fiascos anteriores y la divulgación de las fotografías con los paramilitares. Ahora está a punto de perder lo que tuviese de legalidad y eso es lo que más molesta a quienes lo dirigen desde Estados Unidos.
Como explica el analista Aram Aharonian, con ese pacto la representación de Guaidó fue disminuida sustancialmente, y abrió la posibilidad de que otros grupos opositores se puedan sumar al diálogo, lo que implica que tendrá que salir de la jugada, quiera o no.
En tales circunstancias, al señor Robert O´Brien, nuevo asesor de Seguridad Nacional de Donald Trump, no le quedará más remedio que estrenar su puesto con un nuevo plan, porque lo de Guaidó está cada vez más en el mundo de lo surrealista.