El abanico en Cuba, una imprescindible prenda

Editado por Nuria Barbosa León
2017-08-15 19:57:35

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Por: Guadalupe Yaujar Díaz

Más que un popular accesorio, parte del atuendo de los cubanos, el abanico que nos aplaca el sofocante calor trasciende actualmente por desprenderse del concepto de género y llevarse indistintamente en las manos de féminas o varones.

Nos llegó en el siglo XIX, cuando por la década de 1830, el veneciano Bonifacio Calvet Rodríguez fundó la primera fábrica nacional de abanicos ubicada en la calle Cuba número 98 en la capital del país.

Dada la calidad de los materiales y la originalidad con que se hacían, esta prenda compitió con los producidos en Europa, particularmente, porque su autenticidad llevaba un toque de cubanía agregado por sus fabricantes.

Casi todas las tiendas de abanicos en La Habana tenían, entonces, sus propios talleres en los que artesanos cubanos elaboraban productos adornados y lisos, para que el cliente eligiera el diseño a su gusto. Aún se conservan varios pintados por prestigiosos artistas de los siglos XIX y XX como Valderrama o Romañach y el caso de colecciones particulares de abanicos como la que perteneció a la insigne escritora cubana Dulce María Loynaz, (más de 200).

A la popular prenda se le atribuye un lenguaje universal y durante una conversación entre dos jóvenes de sexo opuesto, si la doncella abría el abanico y lo mantenía frente a su pecho por un instante, le indicaba al caballero que estaba encantada de verlo.

Utilizado desde las civilizaciones antiguas, en determinado momento de la historia, en el que la libertad de expresión de las mujeres estaba totalmente restringida, el abanico llegó a convertirse en un efectivo medio de comunicación, donde cada movimiento o gesto transmitía un o mensaje específico como: Esconder los ojos detrás del abanico: “Te quiero”; Abanicarse con rapidez: “Estoy comprometida”; Abanicarse lentamente: “Estoy casada” ; Abanicarse sobre el pecho lentamente: "Soy soltera, no tengo novio o el prometedor mensaje al mirar a la persona escogida de forma seductora y cubrirse la boca con el abanico: “Te estoy enviando un beso”, y obviamente, el joven sabría que era el elegido.

Asimismo, durante la Guerra de la Independencia contra el régimen colonial sirvió de importante papel para enviar mensajes de un lugar a otro. Su código secreto, con el que jóvenes amantes se comunicaban en público, se modificó burlando así la vigilancia española.

En la era de la República, éstos se utilizaron para plasmar los rostros de los candidatos electorales al tiempo que sirvieron de vehículo para propaganda de productos y servicios.

Aunque en la década de 1970 la fabricación nacional casi estuvo en extinción, el auge del turismo en 1990 trajo rápidamente s paso de vuelta, reiniciándose la fabricación del producto como una valiosa oferta que cuenta con dibujos de elementos netamente nacionales.

Las cubanas siempre hemos apostado por ser “de vanguardia” si de modas o costumbres se trata, porque con el decursar del tiempo y lejanos en el auge que tuvo a finales del siglo 19, hasta nuestros días no falta el abanico en nuestros bolsos cuando salimos a la calle.

No en balde hoy vemos con mucha frecuencia la aparición en hospitales o centros de servicios de vendedores de esta pieza que, casi siempre de madera con dibujos de paisajes cubanos o flores, la pregonan con el simpático ¡vaya, compra tu ventilador portátil!....

Mientras, la conocida zona de La Rampa en el Vedado está inundada, en tiendas estatales o cuentapropistas de la imprescindible y útil prenda elaborada en maderas sencillas.

Resulta muy útil para el intenso verano, pero además tiene muchos otros usos como algunos, de inmenso tamaños, que adornan las paredes de una sala u otra pieza importante de la vivienda como parte de la decoración moderna. Y, por si fuera poco, otros de determinadas características son empleados como armas en las artes marciales que se enseñan en la isla.
En fin no importa si los que compremos estén elaborados con cualquiera de la amplia gama de materiales con que se fabrican (seda, papel, plumas, bambú, encaje, marfil o maderas livianas), tener uno a la mano es la gloria por poco dinero en medio de la era de la climatización y los ventiladores.

Atrás no han quedado nuestras abuelitas y sus abanicos repletos de mensajes, feminidad y galanterías, cada día de la etapa estival especialmente honramos un artículo que gusta y encaja perfectamente en nuestra identidad.

En 1999 la Oficina del Historiador de La Habana, fundó la Casa del Abanico un museo dedicado a la historia de este accesorio desde su invención en Asia hasta su incorporación como prenda netamente cubana.

Situada en la emblemática calle Obrapía en la Habana Vieja, la Casa del Abanico exhibe y comercializa abanicos de gran calidad, verdaderas piezas de arte por sus modelos variados, lujosa ornamentación y llamativos colores. 

Y ahora que trato el tema hago memoria, además, de una época de mi niñez cuando me causaba mucha risa como una tía era abanicada por el novio durante la tradicional visita nocturna. Siete largos años adornaron con ese ceremonial una época llena de románticos convencionalismos y que lamentablemente no llegó a final feliz. El novio rompió sillones y abanicos y dejó, pié en polvorosa con otro secreto amor, a mi tía con una costumbre que me traslado: abanicarme todo lo que puedo.

Tampoco puedo dejar de comentar que existen algunas teorías de astros analistas que hablan de la buena suerte que trae tener un abanico, pues al moverlo su brisa puede quitar de nuestro camino lo desagradable.

Entonces que se multiplique su venta y dejémosle el brillo de uso en el escenario de una sociedad que aboga, cada día más, por el rescate de costumbres y tradiciones parte del patrimonio nacional.



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