
Foto: Nuria Barbosa
Por: Nuria Barbosa León
En una visita a Cali, por el año 2014, me hablaron de un colombiano participante en la epopeya de Playa Girón, muy activo en el grupo de solidaridad con Cuba y defensor hasta la médula de la Revolución.
Hernando Reyes Nieto, me recibió en su casa junto a su esposa mestiza con un gran parecido a las mujeres cubanas con cintura estrecha y caderas anchas, de tes negra y una sonrisa amplia.
Al iniciarse la entrevista, Hernando me relató de su años juveniles en los estudios de la carrera de arquitectura en la ciudad de Cali, allá por los años 50, y un ambiente social a favor de la soberanía del país, por reivindicaciones sociales y un espíritu de cambio hacia un progreso revolucionario.
«En ese marco conocí de los sucesos del asalto al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba. Seguimos de cerca la guerrilla en la Sierra Maestra y nos alegramos mucho con el triunfo de la Revolución el 1ro de enero de 1959. Existían grupos de estudiantes donde el tema de los procesos emancipadores de Latinoamérica comenzó a ser recurrente. Algunos compañeros escuchaban Radio Rebelde y Radio Habana Cuba, la información circulaba entre nosotros», de ahí que un compañero le habla de la posibilidad de prestar ayuda a Cuba ante la carencia de profesionales.
De Colombia partieron unos 20 y al llegar a la isla se encontró con un entusiasmo desbordado en la población que acompañaba conscientemente a la dirección del país, principalmente al líder Fidel Castro. «Entablamos contactos inmediatos con los dirigentes de la Unión de Arquitectos e Ingenieros. Ellos me preguntaron en qué esfera de la sociedad quería desempeñarme. Yo respondí, que me ubicaran donde hubiese necesidad. Me hablaron de la ciudad central de Cienfuegos y acepté».
En Cienfuegos se ocupó de diseñar, edificar y revisar obras y se le encargó ayudar en la construcción de un balneario en un lugar conocido como Topes de Collantes, que ya contaba con un hospital para los enfermos de los pulmones.
«Desde que llegué a Cuba, ansiaba inscribirme en las milicias. Me fui a las oficinas de reclutamiento me dieron a llenar unas planillas y me orientaron presentarme el lunes siguiente. El amanecer del sábado 15 de abril ocurrió los bombardeos a todos los aeropuertos del país. Luego el domingo 16 de abril, Fidel Castro hizo un memorable discurso en la esquina de 23 y 12 en la capital ante el sepelio de las víctimas de los aeropuertos. Orientó a los milicianos acudir a sus unidades de combate y esperar las órdenes», relató Hernando.
«El lunes 17 bien temprano corrí a entregar mis planillas para incorporarme a las milicias. Allí, un camión estaba a punto de salir, me dijeron: “Vamos a combatir a los invasores ¿quieres ir? Me monté junto una veintena de cubanos, que llevaban la firme convicción de no dejar entrar a los norteamericanos. Me llamó la atención un anciano, de más de 60 años, para mi era muy viejo y me sorprendió ver la dignidad para ir al combate. Se enfrentó a los jefes diciendo, que ellos no le podían impedir defender su patria. También hubo jóvenes, casi niños, como de 15 o 16 años, llorando porque no les permitían ir».
Como anecdota dice jocosamente que antes de montar al camión le preguntaron por su uniforme de miliciano y le orientaron comprarlo en la tienda del pueblo, salió corriendo y en la puerta del establecimiento lo detuvo una mujer miliciana. Toda temblorosa le dio el alto y le apuntó con su arma. El porte de extranjero la hizo sospechar. Se tranquilizó cuando le habló firmemente de adquirir el uniforme de miliciano para ir a combatir.
Luego lo trasladaron al aeropuerto de Cienfuegos donde radicaba una base. Allí le entregaron armamento, municiones y avituallamiento como agua, nylon para la lluvia, y algunas latas con comida seca. Salió a la lucha con el fusil en una mano y una cantimplora en la otra. El transporte solo los acercó y luego debió caminar varios kilómetros para adentrarse a la zona de combate.
«En un punto, el Jefe de la Compañía, un muchacho combatiente del Ejército Rebelde, nos formó y dijo: «Les advierto, esto es una guerra y podemos no regresar vivos, no sabemos cuántos son, dónde están, qué armamento tienen, es peligro de muerte para cualquier persona, los que no estén decididos a ir pueden salir de la formación y no pasará nada. Los dispuestos a seguir den un paso adelante». Fui el primero en dar el paso y me siguieron los demás compañeros, nadie se rajó», comentó el miliciano colombiano.
Continuó una caminata agotadora por varias horas, en una acampada le ordenaron una guardia nocturna y luego continuaron la marcha, con la advertencia de vigilar a los aviones. «Sentimos un ruido en el cielo, nos dan la orden de “¡al suelo!” Yo me refugio entre la arena y sin darme cuenta me quedo dormido. Al despertar me encontré desorientado y sin saber qué hacer.
Por suerte siempre tuve un protector en la tropa, lo apodaban El Chino por la oblicuidad de sus ojos. Luego me relató, que al avanzar varios metros se dieron cuenta de mi ausencia. Ya se escuchaban muy cerca los disparos de los combates y me sorprendió la valentía y la rapidez de ese compañero para llegar a mí. Ahí conocí del principio ético de los cubanos de no abandonar a nadie en el campo de batalla».
Al no escucharse más disparos su tropa transita por la carretera y se tropiezan con un tanque que venía de la línea del frente que al corear consignas les dijo de la victoria el 19 de abril. Luego a su pelotón le ordenaron construir trincheras en lo cual pudo ayudar con sus conocimientos de arquitecto.
«Tuve la oportunidad de conocer mercenarios apresados. En sus rostros se reflejaban el desamparo de la derrota. Pensaron que los iban a fusilar, pero el gobierno cubano tuvo la visión de hacerle juicios populares, con vistas públicas abiertas. Se condenaron aquellos que tuvieron actos de sangre, los demás fueron cambiados por compotas y alimentos».
En 1962, Hernando regresa a Colombia. Conocí de su muerte el 4 de septiembre de 2022, a los 93 años. Nunca olvido sus palabras cuando me aseguró: «Playa Girón fue el gesto más importante que tuve en mi vida».